LOS OLVIDOS, LOS ERRORES, RECUERDOS INFANTILES... TIENEN SENTIDO ?
EN el año 1898 publiqué en Monatsschrifí für Psychiatrie und . Neurologie un pequeño trabajo, titulado «Sobre el mecanismo psíquico del olvido», que quiero reproducir aquí, utilizándolo como punto de partida para más amplias investigaciones. Examinaba en dicho ensayo, sometido al análisis psicológico, un ejemplo observado directamente por mí mismo, el frecuente caso de olvido temporal de un nombre propio, y llegaba a la conclusión de que estos casos de falla de una función psíquica -de la memoria , nada gratos ni importantes en la práctica, admitían una explicación que iba más allá de la usual valoración atribuida a tales fenómenos. Si no estoy muy equivocado, un psicólogo a quien se pregunta cómo es que con mucha frecuencia no conseguimos recordar un nombre propio que, sin embargo, estamos ciertos de conocer, se contentaría con responder que los nombres propios son más susceptibles de ser olvidados que otro cualquier contenido de la memoria, y expondría luego plausibles razones para fundamentar esta preferencia del olvido; pero no sospecharía más amplia determinación de tal hecho. Por mi parte he tenido ocasión de observar, en minuciosas investigaciones sobre el fenómeno del olvido temporal de los nombres, determinadas particularidades que no en todos, pero sí en muchos de los casos, se manifiestan con claridad suficiente. En tales casos sucede que no sólo se olvida, sino que, además, se recuerda erróneamente. A la conciencia del sujeto que se esfuerza en recordar el nombre olvidado acuden otros ---nombres sustitutivos-- que son rechazados en el acto como falsos, pero que, sin embargo, continúan presentándose en la memoria con gran tenacidad. El proceso que os había de conducir a la reproducción del nombre buscado se ha desplazado, por decirlo así, y nos ha llevado hacia un sustitutivo erróneo.
Mi opinión es que tal desplazamiento no se halla a merced de un mero capricho psíquico cualquiera, sino que sigue determinadas trayectorias regulares y perfectamente calculables, o, por decirlo de otro modo, presumo que los nombres sustitutivos están en visible conexión con el buscado, y si consigo demostrar la existencia de esta conexión, espero quedará hecha la luz sobre el proceso y origen del olvido de nombres. En el ejemplo que en 1898 elegí para someterlo al análisis, el nombre que inútilmente me había esforzado en recordar era el del artista que en la catedral de Orvieto pintó los grandiosos frescos de 'Las cuatro últimas cosas'. En vez del nombre que buscaba -·Signorelli---- acudieron a mi memoria los de otros dos pintÓres -Botticelli y Boltrajjio-, que rechacé en seguida como erróneos. Cuando el verdadero nombre me fue comunicado por un testigo de mi olvido, lo reconocí en el acto y sin vacilación alguna. La investigación de por qué influencias y qué caminos asociativos se había desplazad@ en tal forma la reproducción �-desde Signorelli hasta Botticelli y Boltraffio--- ine dio los resultados siguientes: a) La razón del olvido del nombre Signorelli no debe buscarse en una particularidad del mismo ni tampoco en un especial carácter psicológico del contexto en que se hallaba incluido. El nombre olvidado me era tan familiar como uno de los sustitutivos --Botticelli- y mucho más que el otro � Boltrajjio-, de cuyo poseedor apenas podría dar más indicación que la de su pertenencia a la escuela milanesa. La serie de ideas de la que formaba parte el nombre Signorelli en el momento en que el olvido se produjo me parece absolutamente inocente e inapropiada para aclarar en nada el fenómeno producido. Fue en el curso de un viaje en coche desde Ragusa (Dalmacia) a una estación de la Herzegovina. Iba yo en el coche con un desconocido; trabé conversación con él, y cuando llegamos a hablar de un viaje que había hecho por Italia le pregunté si había estado en Orvieto y visto los famosos frescos de ... b) El olvido del nombre queda aclarado al pensar en el tema de nuestra conversación, que precedió inmediatamente a aquel otro en que el fenómeno se produjo, y se explica como una perturbación del nuevo tema por el anterior. Poco antes de preguntar a mi compañero de viaje si había estado en Orvieto, habíamos hablado de las costumbres de los turcos residentes en Bosnia y en la Herzegovina. Yo conté haber oído a uno de mis colegas, que ejercía la Medicina en aquellos lugares y tenía muchos clientes turcos, que éstos suelen mostrarse llenos de confianza en el médico y de resignación ante el destino. Cuando se les anuncia que la muerte de uno de sus deudos es inevitable y que todo auxilio es inútil, contestan: «¡Señor ( Herr), qué le vamos a hacer! ¡Sabemos que si hubiera sido posible salvarle, le hubierais salvado!» En estas frases se hallan contenidos los siguientes nombres: Bosnia, Herzegovina y Señor ( Herr), que puec den incluirse en una serie de asociaciones entre Signorel!i, Botticelli y Boltrafjio. e) La serie de ideas sobre las costumbres de los turcos en Bosnia, etc., recibió la facultad de perturbar una idea inmediatamente posterior, por el hecho de haber yo apartado de ella mi atención sin haberla agotado.
Recuerdo, en efecto, que antes de mudar de tema quise relatar una segunda anécdota que
* reposaba en mi memoria al iado de la ya referida. Los turcos de que hablábamos estiman el placer sexual sobre todas las cosas, y cuando sufren un trastorno de este orden caen en una desesperación que contrasta extrañamente con su conformidad en el momento de la muerte. Uno de los pacientes que visitaba mi colega le dijo un día: «Tú sabes muy bien, señor ( Herr), que cuando eso no es ya posible pierde la vida todo su valor.» Por no tocar un tema tan escabroso en una conversación con un desconocido reprimí mi intención de relatar este rasgo característico. Pero no fue esto sólo lo que hice, sino que también desvié mi atención de la continuación de aquella serie de pensamientos que me hubiera podido llevar al tema «muerte y sexualidad». Me hallaba entonces bajo los efectos de una noticia que pocas semanas antes había recibido durante una corta estancia en Trafoi. Un paciente en cuyo tratamiento había yo trabajado mucho y con gran interés se había suicidado a causa de una incurable perturbación sexual. Estoy seguro de que en todo mi viaje por la Herzegovina no acudió a mi memoria consciente el recuerdo de este triste suceso ni de nada que tuviera conexión con él. Mas la consonancia Trafái-Boltraffio me obliga a admitir que en aquellos momentos, y a pesar de la voluntaria desviación de mi atención, fue dicha reminiscencia puesta en actividad en mí. d) No puedo ya, por tanto, considerar el olvido del nombre Signorelli como un acontecimiento casual, y tengo que reconocer la influencia de un molivo en este suceso. Existían motivos que me indujeron no sólo a interrumpirme en la comunicación de mis pensamientos sobre las costumbres de los turcos, etc., sino también a impedir que se hiciesen conscientes en mí aquellos otros que, asociándose a los anteriores, me hubieran conducido hasta la noticia recibida en Trafoi. Quería yo, por tanto, olvidar algo, y había reprimido determinados pensamientos. Claro es que lo que deseaba olvidar era algo muy distinto del nombre del pintor de los frescos de Orvieto: pero aquello que quería olvidar resultó hallarse en conexión asociativa con dicho nombre, de manera que mi volición erró su blanco y o!l·idé lo uno contra mi voluntad, mientras quería con toda intención olvidar lo otro. La repugnancia a recordar se refería a un objeto, y la incapacidad de recordar surgió con respecto a otro. El caso sería mús sencillo si ambas cosas, rechazo e incapacidad, se hubieran referido a un solo dato. Los nombres sustitutivos no aparecen ya tan injustificados como antes de estas aclaraciones y aluden (como en una especie de transacción) tanto a lo que quería olvidar como a lo que quería recordar, mostrándome que mi intención de olvidar algo no ha triunfado por completo ni tampoco fracasado en absoluto. e) La naturaleza de la asociación establecida entre el nombre buscado y el tema reprimido (muerte y se.xualidad. etc., en el que aparecen las palabras Bosnia, Herzegovina y. Trafoi) es especialmente singular. El siguiente esquema, que publiqué con mi referido artículo, trata de representar dicha asociación. En este proceso asociativo el nombre Signore!li quedó dividido en dos trozos. Uno de ellos (elli) reapareció sin modificación alguna en uno de los nombres sustitutivos, y el otro entró -··por su traducción Signor-Herr (Señor) en numerosas y diversas relaciones con los nombres contenidos en el tema reprimido; pero precisamente por haber sido traducido no pudo prestar ayuda ninguna para llegar a la reproducción buscada. Su sustitución se llevó a cabo como SI se hubiera ejecutado un desplazamiento a lo largo de la asociación de los
V.--EQUIVOCACIONES ORALES ('Lapsus linguae')
EL material corriente de nuestra expresión oral en nuestra lengua materna parece hallarse protegido del olvido; pero, en cambio, sucumbe con extraordinaria frecuencia a otra perturbación que conocemos con el nombre de equivocaciones orales o lapsus linguae. Estos lapsus, observados en el hombre normal, dan la misma impresión que los primeros síntomas de aquellas «parafasías» que se manifiestan bajo condiciones patológicas. Por excepción puedo aquí referirme a una obra anterior a mis trabajos sobre esta materia. En 1895 publicaron Meringer y C. Mayer un estudio sobre las Equivocaciones en la expresión oral y en la lectura, cuyos puntos de vista se apartan mucho de los míos. Uno de los autores de este estudio, el que en él lleva la palabra, es un filólogo cuyo interés por las cuestiones lingüísticas le llevó a investigar las reglas que rigen tales equivocaciones, esperando poder deducir de estas reglas la existencia de «determinado mecanismo psíquico, en el cual estuvieron asociados y ligados de un modo especial los sonidos de una palabra o de una frase y también las palabras entre sí» (pág. 1 0). Los autores de este estudio agrupan en principio los ejemplos de «equivocaciones orales» por ellos coleccionados, conforme a un punto de vista puramente descriptivo, clasificándolos en intercambios (por ej.: «la Milo de Venus», en lugar de «la Venus de Milo»); anticipaciones (por ej.: « ... sentí un pech ... , digo, un peso en el pecho»); ecos y posposiciones (por ej.: «Tráiga-tres tres ... , por tres tés»); contaminaciones (por ej.: «Cierra el arma ve», por «Cierra el armario y tráeme la llave»), y sustituciones (por ej.: «El escultor perdió su pincel..., digo, su cincel»), categorías principales a las cuales añaden algunas otras menos importantes (o de menor significación para nuestros propósitos). En esta clasificación no se hace diferencia entre que la transposición, desfiguración, fusión, etcétera, afecte a sonidos aislados de la palabra o a sílabas o palabras enteras de la frase. Para explicar las diversas clases de equivocaciones orales observadas atribuye Meringer un diverso valor psíquico a los sonidos fonéticos. Cuando una inervación afecta a la primera sílaba de una palabra o a la primera palabra de una frase, el proceso estimulante se propaga a los sonidos posteriores o a las palabras siguientes, y en tanto en cuanto estas inervaciones sean sincrónicas pueden inflmrse mutuamente, motivando transformaciones unas en otras. La excitación o estímulo del sonido de mayor intensidad psíquica resuena anticipadamente o queda como un eco y perturba de este modo los procesos de inervación menos importantes. Se trata, por tanto, de determinar cuáles son los sonidos más importantes de una palabra. Meringer dice que «cuando se desea saber qué sonidos de una palabra poseen mayor intensidad, debe uno observarse a sí mismo en ocasión de estar buscando una palabra que ha olvidado; por ejemplo, un nombre». «Aquella parte de él que primero acude a la conciencia es invariablemente la que poseía mayor intensidad antes del olvido» (pág. 1 06). «Así, pues, los sonidos más importantes son el inicial de la sílaba radical o de la misma palabra y la vocal o las vocales acentuadas» (pág. 162). No puedo por menos de contradecir estas apreciaciones. Pertenezca o no el sonido inicial del nombre a los más importantes elementos de la palabra, lo que no es cierto es que sea lo primero que acude a la conciencia en los casos de olvido, y, por tanto, la regla expuesta es inaceptable. Cuando se observa uno a sí mismo estando buscando un nombre olvidado, se advertirá, con relativa frecuencia, que se está convencido de que la palabra buscada comienza con una determinada letra. Esta convicción resulta luego igual número de veces infundada que verdadera, y hasta me atrevo a afirmar que la mayoría de las veces es falsa nuestra hipotética reproducción del sonido inicial. Así sucede en el ejemplo que expusimos de olvido del nombre Signorelli. En él se perdieron, en los nombres sustitutivos, el sonido inicial y las sílabas principales, y precisamente el par de sílabas menos importantes: el/i es lo que, en el nombre sustitutivo Boticelli, volvió primero a la conciencia. El caso que va a continuación nos enseña lo poco que los nombres sustitutivos respetan el sonido inicial del nombre olvidado: En una ocasión me fue imposible recordar el nombre de la pequeña nación cuya principal ciudad es Monte Carla. Los nombres que en sustitución se presentaron fueron: Piamonte, Albania, Montevideo, Cólico. En lugar de Albania apareció en seguida otro nombre: Montenegro, y me llamó la atención ver que la sílaba Mont (pronunciada Mon) apareciera en todos los nombres sustitutivos, excepto en el último. De este modo me fue más fácil hallar el olvidado nombre: Mónaco, tomando como punto de partida el de su soberano: el príncipe Alberto. Cólico imita aproximadamente la sucesión de sílabas y el ritmo del nombre olvidado. Si se acepta la conjetura de que un mecanismo similar al señalado en el olvido de nombres intervenga también en los fenómenos de equivocaciones orales, se llegará a un juicio más fundamentado sobre estos últimos.
La perturbación del discurso que se manifiesta en forma de equivocación oral puede, en principio, ser causada por la influencia de otros componentes del mismo discurso; esto es, por un sonido anticipado, por un eco o por tener la frase o su contexto un segundo sentido diferente de aquel en que se desea emplear. A esta clase pertenecen los ejemplos de Meringer y Mayer antes transcritos. Pero, en segundo lugar, puede también producirse dicha perturbación, como en el caso Signorelli, por influencias exteriores a la palabra, frase o contexto, ejercidas por elementos que no se tiene intención de expresar y de cuyo estímulo sólo por la perturbación producida nos damos cuenta. La simultaneidad del estímulo constituye la cualidad común a las dos clases de equivocación oral, y la situación interior o exterior del elemento perturbador respecto a la frase o contexto serán su cualidad diferenciadora. Esta diferencia no parece a primera vista tan importante como luego, cuando se la tome en consideración para relacionarla con determinadas conclusiones deducidas de la sintomatología de las equivocaciones orales. Es, sin embargo, evidente que sólo en el primer caso existe una posibilidad de deducir de los fenómenos de equivocación oral conclusiones favorables a la existencia de un mecanismo que ligue entre sí sonidos y palabras, haciendo posible una recíproca influencia sobre su articulación; esto es, conclusiones como las que el filólogo esperaba poder deducir del estudio de las equivocaciones orales.
En el caso de perturbación ejercida por influencias exteriores a la misma frase o al contenido del discurso, se trataría, ante todo, de llegar al conocimiento de los elementos perturbadores, y entonces surgirá la cuestión de si también el mecanismo de esta perturbación podía o no sugerir las probables reglas de la formación del discurso. No se puede afirmar que Meringer y Mayer no hayan visto la posibilidad de perturbaciones del discurso motivadas por «complicadas influencias psíquicas» o elementos exteriores a la palabra, la frase o el discurso. En efecto, tenían que observar que la teoría del diferente valor psíquico de los sonidos no alcanzaba estrictamente más que para explicar la perturbación de los sonidos, las anticipaciones y los ecos. En aquellos casos en que la perturbación de las palabras no puede ser reducida a la de los sonidos, como sucede en las sustituciones y contaminaciones, han buscado, en efecto, sin vacilar, la causa de las equivocaciones orales juera del contexto del discurso y han demostrado este punto por medio de preciosos ejemplos. Entre ellos citaré los que siguen: (Pág. 62.) «Ru. relataba en una ocasión ciertos hechos que interiormente calificaba de 'cochinerías' (Schweinereien); pero no queriendo pronunciar esta palabra, dijo: 'Entonces se descubrieron determinados hechos ... '
Mas al pronunciar la palabra Vorschein, que aparece en esta frase, se equivocó, y pronunció Vorschwein. Mayer y yo nos hallábamos presentes, y Ru. nos confesó que al principio había pensado decir: Schweinereien. La analogía de ambas palabras explica suficientemente el que la pensada se introdujese en la pronunciada, revelándose.» (Pág. 73.) «También en las sustituciones desempeñan, como en las contaminaciones, y acaso en un grado mucho más elevado, un importantísimo papel las imágenes verbales 'flotantes'. Aunque éstas se hallan fuera de la conciencia, están, sin embargo, lo bastante cercanas a ellas para poder ser atraídas por una analogía del complejo al que la oración se refiere, y entonces producen una desviación en la serie de palabras del discurso o se cruzan con ella.
Las imágenes verbales 'flotantes' son con frecuencia, como antes hemos dicho, elementos retrasados de un proceso oral recientemente terminado (ecos).» (Pág. 97.) «La desviación puede producirse asimismo por analogía cuando una palabra semejante a aquella en que la equivocación se manifiesta yace en el umbral de la conciencia y muy cerca de ésta, sin que el sujeto tenga intención de pronunciarla.
Esto es lo que sucede en las sustituciones. Confio en que estas reglas por mí expuestas habrán de ser confirmadas por todo aquel que las someta a una comprobación práctica; pero es necesario que al realizar tal examen, observando una equivocación oral cometida por una tercera persona, se procure llegar a ver con claridad los pensamientos que ocupaban al sujeto. He aquí un ejemplo muy instructivo. El señor L. dijo un día ante nosotros: 'Esa mujer me inspiraría miedo' ( einjagen), y en la palabra einjagen cambió la j en 1, pronunciando einlagen. Tal equivocación motivó mi extrañeza, pues me parecía incomprensible aquella sustitución de letras, y me permitió hacer notar a L. que había dicho einlagen en vez de einjagen, a lo cual me respondió en el acto: 'Sí, sí, eso ha sido, sin duda, porque estaba pensando: no estoy en situación (Lag e).'» Otro ejemplo. En una ocasión pregunté a R. v. Schid por el estado de su caballo, que se hallaba enfermo, R. me respondió: «Sí, esto 'drurará' ('draut') quizá todavía un mes.» La sobrante de 'drurará' me pareció incomprensible, dado que la r de 'durará' ( dauert) no podía haber actuado en tal forma, y llamé la atención de V. Schid sobre su lapsus, respondiéndome aquél que al oír mi pregunta había pensado: «Es una triste ( traurige) historia.» Así, pues, R. había tenido en su pensamiento dos respuestas a mi pregunta y las había mezclado al pronunciar una de ellas. Es innegable que la toma en consideración de las imágenes verbales <<f'lotantes» que se hallan próximas al umbral de la conciencia y no están destinadas a ser pronunciadas, y la recomendación de procurar enterarse de todo lo que el sujeto ha pensado constituye algo muy próximo a las cualidades de nuestros «análisis». También nosotros partimos por el mismo camino en busca del material inconsciente; pero, en cambio, recorremos, desde las ocurrencias espontáneas del interrogado hasta el descubrimiento del elemento perturbador, un camino más largo a través de una compleja serie de asociaciones. Los ejemplos de Meringer demuestran otra cosa muy interesante también. Según la opinión del propio autor, es una analogía cualquiera de una palabra de la frase que se tiene intención de expresar con otra palabra que no se propone uno pronunciar, lo que permite emerger a esta última por la constitución de una deformación, una formación mixta o una formación transaccional (contaminación):
jagen, dauert, Vorschetn lagen, traurig, ... schwein. En mi obra La interpreración de los sueños he expuesto el papel que desempeña el proceso de condensación ( Verdichtungsarbeit) en la formación del llamado contenido manifiesto del sueño a expensas de las ideas latentes del mismo. Una semejanza cualquiera de los objetos o de las representaciones verbales entre dos elementos del material inconsciente es tomada como causa creadora de un tercer elemento que es una formación compuesta o transaccional. Este elemento representa a ambos componentes en el contenido del sueño, y a consecuencia de tal origen se halla frecuentemente recargado de determinantes individuales contradictorias. La formación de sustituciones y contaminaciones en la equivocación oral es, pues, un principio de aquel proceso de condensación que encontramos toma parte activísima en la construcción del sueño. En un pequeño artículo de vulgarización, publicado en la Nueue Frie Presse, en 23 de agosto de 1900, y titulado «Cómo puede uno equivocarse», inició Meringer una interpretación práctica en extremo de ciertos casos de intercambio de palabras, especialmente de aquellos en los cuales se sustituye una palabra por otra de opuesto sentido. Recordamos aún cómo declaró abierta una sesión el presidente de la Cámara de Diputados austríaca: «Señores diputados -dijo-. Habiéndose verificado el recuento de los diputados presentes, se levanta la sesión.» La general hilaridad le hizo darse cuenta de su error y enmendarlo en el acto. La explicación de este caso es que el presidente deseaba ver llegado el momento de levantar la sesión, de la que esperaba poco bueno, y --cosa que sucede con frecuencia- la idea accesoria se abrió camino, por lo menos parcialmente, y el resultado fue la sustitución de «se abre» por se «levanta»; esto es, lo contrario de lo que tenía la intención de decir. Numerosas observacione' me han demostrado que esta sustitución de una palabra por otra de sentido opuesto es algo muy corriente. Tales palabras de sentido contrario se hallan ya asociadas en nuestra conciencia del idioma. Yacen inmediatamente vecinas unas de otras y se evocan con facilidad erróneamente.
No en todos los casos de intercambio de palabras de sentido contrario resulta tan fácil como en el ejemplo anterior hacer admisible la explicación de que el error cometido esté motivado por una contradicción surgida en el fuero interno del orador contra la frase expresada. El análisis del ejtmplo aliquis nos descubre un mecanismo análogo. En dicho ejemplo la interior contradicción se exteriorizó por el olvido de una palabra en lugar de su sustitución por la de sentido contrario. Mas para compensar esta diferencia haremos constar que la palabra aliquis no es capaz de producir un contraste como el existente entre «abrir» y «cerrar» o «levantan> una sesión, y además que «abrir>:, como parte usual del discurso, no puede hallarse sujeto al olvido. Habiendo visto en los últimos ejemplos citados de Meringer y Mayer que la perturbación del discurso puede surgir tanto por una influencia de los sonidos anticipados o retrasados, o de las palabras de la misma frase destinadas a ser expresadas, como por el efecto de palabras exteriores a la frase que se intenta pronunciar, y cuyo estímulo no se hubiera sospechado sin la emergencia de la perturbación, tócanos ahora averiguar cómo se pueden separar definitivamente, una de otra, ambas clases de equivocaciones orales y cómo puede distinguirse un ejemplo de una de ellas de un caso de la otra. En este punto de la discusión hay que recordar las afirmaciones de Wundt, el cual, en su reciente obra sobre las leyes que rigen el desarrollo del lenguaje Volkerspsychologie, tomo 1, parte primera, págs. 371 y sigs., 1900), trata también de los fenómenos de la equivocación oral. Opina Wundt que en estos fenómenos y otros análogos no faltan jamás determinadas influencias psíquicas. «A ellas pertenece, ante todo, como una determinante positiva, la corriente no inhibida de las asociaciones de sonidos y de palabras, estimulada por los sonidos pronunciados. Al iado de esta corriente aparece, como factor negativo, la desaparición o el relajamiento de las influencias de la voluntad que deben inhibir dicha corriente, y de la atención, que también actúa aquí como una función de la voluntad. El que dicho juego de la asociación se manifieste, en que un sonido se anticipe o reproduzca los anteriormente pronunciados, en que un sonido familiar intercale entre otros o, por último, en que palabras totalmente distintas a las que se hallan en relación asociativa con los sonidos pronunciados actúen sobre éstos, todo ello no indica más que diferencias en la dirección y a lo sumo en el campo de acción de las asociaciones que se establecen, pero no en la naturaleza general de las mismas. También en algunos casos puede ser dudoso el decidir qué forma se ha de atribuir a una determinada perturbación, o si no sería más justo referirla, conforme al principio de la complicación de las causas, a la concurrencia de varios motivos.» (Páginas 380 y 381. Las itálicas son mías.) Considero absolutamente justificadas y en extremo instructivas estas observaciones de Wundt. Quizá se pudiera acentuar con mayor firmeza el hecho de que el factor positivo favorecedor de las equivocaciones orales -la corriente no inhibida de las asociaciones- y el negativo -el relajamiento de la atención inhibitoria- ejercen regularmente una acción sincrónica, de manera que ambos factores resultan no ser sino diferentes determinantes del mismo proceso. Con el relajamiento o, más precisamente, por el relajamiento de la atención inhibitoria entra en actividad la corriente no inhibida de las asociaciones. Entre los ejemplos de equivocaciones orales reunidos por mí mismo apenas encuentro uno en el que la perturbación del discurso pueda atribuirse sola y únicamente a lo que Wundt llama «efecto de contacto de los sonidos». Casisiempre descubro, además, una influencia perturbadora procedente de algo exterior a aquello que se tiene intención de expresar, y este elemento perturbador es o un pensamiento inconsciente aislado, que se manifiesta por medio de la equivocación y no puede muchas veces ser atraído a la conciencia más que por medio de un penetrante análisis, o un motivo psíquico general, que se dirige contra todo el discurso. Ejemplos: 1) Viendo el gesto de desagrado que ponía mi hija al morder una manzana agna, quise, bromeando, decirle la siguiente aleluya:
El mono pone cara ridícula al comer, de manzana, una partícula. Pero comencé diciendo: El man.. Esto parece ser una contaminación de «mono» y «manzana» (jórmación transaccional), y puede interpretarse también como una anticipación de la palabra «manzana», preparada ya para ser pronunciada. Sin embargo, la verdadera interpretación es la siguiente: Antes de equivocanne había recitado ya una vez la aleluya, sin incurrir en error alguno, y cuando me equivoqué fue al verme obligado a repetirla, por estar mi hija distraída y no haberme oído la primera vez. Esta repetición, unida a mi impaciencia por desembarazarme de la frase, debe ser incluida en la motivación del error, el cual se presenta como resultante de un proceso de condensación. 2) Mi hija dijo un día: «Estoy escribiendo a la señora de Schresinger.» El apellido verdadero era Schlesinger. Esta equivocación se debió, probablemente, a una tendencia a facilitar la articulación, pues después de varias r es difícil pronunciar la l: «!eh schreibe der Frau Schlesinger.» Debo añadir, además, que esta equivocación de mi hija tuvo efecto pocos minutos después de la mía entre «mono» y «manzana» y que las equivocaciones orales son en alto grado contagiosas, a semejanza del olvido de nombres, en el cual han observado Meringcr y Mayer este carácter. No conozco la razón de tal contagiosidad psíqmca. 3) Una paciente, al comienzo de la sesión de tratamiento y al querer decir que las molestias que experimentaba le hacían «doblarse como una navaja de bolsillo» ( Taschenmesser), cambió las consonantes de esta palabra, y dijo: Tassenmcscher, equivocación explicable por la dificultad de articulación de tal palabra. Habiéndole llamado la atención sobre su error, replicó prontamente: «Sí, eso me ha sucedido porque antes ha dicho usted también Ernscht, en vez de Ernst.» En efecto, al recibirla había yo dicho: «Hoy ya va la cosa en serio ( Ernst )» pues era aquélla la última sesión antes de vacaciones-, y, bromeando, había aprovechado el doble sentido de la palabra Ernst (serio y Ernesto) para decir Ernscht (apelativo familiar de Ernesto), en vez de Ernst (serio). En el transcurso de la sesión siguió equivocándose la paciente repetidas veces, haciéndome por fin observar que no se limitaba a imitarme, sino que tenía, además, una razón particular en su inconsciente para continuar considerando la palabra Ernest, no como el adjetivo serio, sino como nombre propio: Ernesto 418
caso de Meringer el sujeto quiere inhibir una cosa de la que posee perfecta conciencia, mientras que mi paciente no sabía lo que inhibía, ni siquiera si inhibía alguna cosa. 8) El siguiente ejemplo de equivocación se refiere también, como el de Meringer, a un caso de inhibición intencionada. Durante una excursión por las Dolomitas encontré a dos señoras que vestían trajes de turismo. Fui acompañándolas un trozo de camino y conversamos de los placeres y molestias de las excursiones a pie. Una de las señoras concedió que este deporte tenía su lado incómodo. «Es cierto ---dijo- que no resulta nada agradable sentir sobre el cuerpo, después de haber estado andando el día entero, la blusa y la camisa empapadas en sudor.» En medio de esta frase tuvo una pequeña vacilación que venció en el acto. Luego continuó, y quiso decir: «Pero cuando se llega a casa ( nach Hause) y puede uno cambiarse de ropa ... »; mas en vez de la palabra Hause (casa) se equivocó y pronunció la palabra Hose (calzones). Opino que no hace falta examen ninguno para explicar esta equivocación. La señora había tenido claramente el propósito de hacer una más completa enumeración de las prendas interiores, diciendo: «Blusa, camisa y calzones», y por razones de conveniencia social había retenido el último nombre. Pero en la frase de contenido independiente que a continuación pronunció se abrió paso, contra su voluntad, la palabra inhibida (Hose) , surgiendo en forma de desfiguración de la palabra Hause (casa). [Ejemplo agregado en 1917.] 9) «Si quiere usted comprar algún tapiz, vaya a casa de Kauffmann (apellido alemán que significa, adem:\s, comerciante), en Matthiiusgasse», me dijo un día una señora. Yo repetí: «A Matthiiuss ... , digo, de Kauffmann.» Esta equivocación de repetir un nombre en lugar de otro parecía ser simplemente motivada por una distracción mía. En efecto, las palabras de la señora me habían distraído, pues habían dirigido la atención hacia cosas más importantes que los tapices de que me hablaba. En Matthiiusgasse se halla la casa donde mi mujer vivía de soltera. La entrada de esta casa daba a otra calle, y en aquel momento me di cuenta de que había olvidado el nombre de esta última, siéndome preciso dar un rodeo mental para llegar a recordarlo. El nombre Matthiiuss, que fijó mi atención, era, pues, un nombre sustitutivo del olvidado nombre de la calle, siendo más apto para ella que el nombre de Kaufjinann, por ser exclusivamente un nombre propio, cosa que no sucede a este último, y llevar la calle olvidada también un nombre propio: Radetzky. 10) El caso siguiente podría incluirse, asimismo, entre los «errores», de los que trataré más adelante, pero lo expongo ahora por aparecer en él con especial claridad la relación de sonidos que motiva la equivocación. Una paciente me relató un sueño que había tenido y que era el siguiente: Un niño había decidido matarse dejándose morder por una serpiente, y, en efecto, llevaba a cabo su propósito. La paciente lo vio en su sueño retorcerse convulsionado bajo los efectos del veneno, etc. Hice que buscase el enlace que su sueño puediera tener con sus impresiones de la vigilia, y en el acto recordó que la tarde anterior había asistido a una conferencia de vulgarización sobre el modo de prestar los primeros auxilios a las personas mordidas por reptiles venenosos. En ella oyó que cuando han sido mordidos al mismo tiempo un adulto y un niño se debe atender primero a este último. Recordaba también las prescripciones aconsejadas para el tratamiento de estos casos por el conferenciante, el cual había insistido sobre la importancia de saber, ante todo, por qué clase de serpiente había sido atacado el herido. Al llegar aquí interrumpí a mi paciente y le pregunté: «¿Y no dijo el conferenciante que en nuestro país hay muy pocas serpientes venenosas ni tampoco cuáles de las que de esta clase hay son las más temibles?» «Sí --respondió-; habló de la serpiente de cascabel ( Klapperschlange).>> Mi risa le hizo darse cuenta de que había dicho algo equivocado, pero no rectificó el nombre de la serpiente, sustituyéndolo por otro, sino que se limitó a retirarlo, diciendo: «Es verdad; la serpiente de cascabel no existe en nuestro país, y de lo que el conferenciante habló fue de las víboras. No sé cómo he podido referirme a ese reptil.>> Y o supuse que la aparición de la serpiente de cascabel en la respuesta de mi paciente había obedecido a la intervención de los pensamientos que se hallaban ocultos detrás de su sueño. El suicidio por mor,1edura de una serpiente no puede apenas ser otra cosa que una alusión a la bella Cleopatra ( Kleopatra). La amplia analogía de los sonidos de ambas palabras, la común posesión de las letras Kl ... p ... r ... en igual orden de sucesión y la acentuación en ambas de la letra a deben tenerse muy en cuenta. La favorable relación existente entre los nombres serpiente de cascabel ( Klapperschlange) y Cleopatra ( Klcopatra) motivó en la paciente una momentánea inhibición del juicio, a consecuencia de la cual, y a pesar de saber tan bien como yo que la serpiente de cascabel no pertenecía a la fauna de nuestro país, no halló nada extraña su afirmación de que el conferenciante había expuesto a un público vienés el tratamiento de las mordeduras de dicho reptil. No queremos, en cambio, reprocharle que admitiese con igual ligereza su existencia en Egipto, pues estamos acostumbrados a confundir en un solo montón todo lo exótico, y yo mismo tuve que pararme a meditar un momento, antes de sentar la afirmación de que la serpiente de cascabel pertenece únicamente a la fauna del Nuevo Mundo. En la continuación del análisis fueron apareciendo diversas confirmaciones de mi hipótesis. La paciente había fijado por vez primera su atención, la tarde anterior al sueño relatado, en el grupo escultórico de Strasser, que representaba a Antonio y Cleopatra, situado en las proximidades de su casa. Este había sido, pues, el segundo motivo del sueño (el primero fue la conferencia sobre las mordeduras de las serpientes). En la continuación del mismo se vio meciendo a un niño en sus brazos, escena a la cual asoció después la figura de la Margarita goethiana. Posteriores ideas espontáneas que surgieron en el análisis fueron reminiscencias referentes a Arria y Mesalina.
La aparición de tantos nombres de obras teatrales en los pensamientos del sueño hace sospechar que en la sujeto existió en a11os anteriores una viva afición, secretamente mantenida, a la profesión de actriz. El principio del sueño. «Un niño había decidido suicidarse dejándose morder por una serpiente>>, puede traducirse en estas palabras: «La sujeto se había propuesto en su infancia llegar a ser una actriz famosa.>> Del nombre Mesalina parte, por fin, el camino mental que conduce al contenido esencial de este sueño. Determinados sucesos recientes habían despertado en mi paciente la preocupación de que su único hermano llegase a contraer un matrimonio desigual, una mésalliance, con una mujer de raza distinta, una no aria. 11) He aquí un ejemplo* por completo inocente, o que lo creemos así, por no haber sido aclarados totalmente sus motivos. En él se transparenta con gran claridad el mecanismo interior. Un alemán que viajaba por Italia tuvo necesidad de comprar una correa para sujetar su baúl, que se le había estropeado. En el diccionario encontró la palabra italiana coreggia, como correspondiente a la alemana Riemen (correa). «No me será difícil recordar esta palabra se dijo. Bastará con que piense en el nombre del pintor Correggio.» Después de esto se dirigió a una tienda y pidió una ribera. [Ribera, el pintor español del siglo diecisiete.] Se ve, pues, que el sujeto no había conseguido sustituir en su memoria la palabra alemana por la italiana equivalente, pero que su esfuerzo no había sido totalmente v¡¡no. Sabía que tenía que apoyarse en el nombre de un pintor, y obrando de este modo tropezó no con aquel cuyo sonido semejaba a la palabra italiana, sino con otro de sonido aproximado a la palabra alemana Riemen (correa). Este ejemplo podría colocarse entre los olvidos de nombres lo mismo que aquí, entre las equivocaciones. Cuando me dedicaba a coleccionar casos de equivocaciones orales para la primera edición de este libro efectuaba yo solo esta tarea, y para reunir material suficiente sometía ar análisis todos los casos que me era dado observar, aun aquellos de escasa importancia. Mas de entonces acá se han dedicado varias otras personas a la entretenida labor de coleccionar y analizar equivocaciones, permitiéndome hacer una selección de casos y ejemplos, extrayendo los más significativos del rico material acumulado. 12) * Un joven dijo a su hermana: «He roto toda relación con D ... Ahora ya ni siquiera la saludo.» La hermana quiso responderle: «Haces bien. Es una familia poco recomendable ( Sippschafi)»; pero cambió la letra inicial de la palabra Sippschafi, y dijo Lippschafi. En esta equivocación acumuló dos cosas: que su hermano comenzó tiempo atrás un galanteo con una hija de dicha familia, y que de esta muchacha se dice que poco tiempo antes se había comprometido gravemente entregándose a un amor ( Liebschafi) prohibido. 13) ** Un joven abordó a una muchacha en la calle con las palabras: «Si usted me lo permite, señorita, desearía acompañarla (begleiten)»; pero en vez de este verbo begleiten (acompañar), formó un nuevo ( begleitdigen), compuesto del primero y beleidigen ( oj'ender). Se ve claramente que pensaba en el placer de acompañarla, pero que temía ofenderla con la proposición. El que estos dos sentimientos encontrados llegasen a ser expresados en una palabra en la equivocación� indica que las verdaderas intenciones del joven no eran precisamente las más puras, ya que a él mismo le parecían poder ofender a la señorita. Pero su inconsciente le jugó una mala pasada, delatando sus verdaderos propósitos, con lo cual obtuvo, como es natural, la respuesta obligada en estos casos: «¡Qué se ha figurado usted de mí! ¡Cómo puede ofenderme de ese modo'» (Comunicado por O. Rank.) Varios de los ejemplos que van a continuación están tomados por mí de un artículo de W. Stekel, titulado «Confesiones inconscientes», publicado en el Berliner Tageblatt de 4 de enero de 1904. [Incluidos en 1907 los ejemplos 14 al 20.] 14) «El caso que sigue me reveló una parte, para mí poco grata, de mis pensamientos inconscientes. Antes de exponerlo quiero hacer constar que en mi profesión de médico no pienso nunca, como es justo, en las ganancias que mis pacientes puedan proporcionarme, sino tan sólo en su propio interés; sin embargo, una vez me sucedió lo siguiente: Me hallaba en casa de un enfermo, con vale• ciente ya de una grave dolencia. Durante el período de máxima gravedad, ambos, médico y enfermo, habíamos pasado días y noches muy penosos. Iniciada la convalecencia, me sentía muy contento de verle en vías de franca curación y le hablé de los placeres de una estancia en Abazia, que había de reponerle por completo, «si, como yo esperaba, no le era posible abandonar pronto el lecho». Seguramente, este no había surgido de un motivo egoísta de mi inconsciente: el de poder continuar visitando un cliente adinerado, deseo completamente extraño a mi conciencia y que si hubiera apuntado en ella hubiera yo rechazado con indignación.» 15) Otro ejemplo de W. Stekel: «Mi mujer tomó una institutriz francesa para por las tardes.
Después de ponerse de acuerdo con nosotros sobre las condiciones reclamó sus certificados, que nos había entregado, y justificó su petición diciendo: Je cherche encare pour les apres-midis, pardon, pour les avant-midis. Claramente se veía la intención de buscar otra casa en la que quizá fuese admitida en mejores condiciones, intención que llevó a cabo.» 16) A petición de su marido, tuve un día que reprender enérgicamente a una señora, hallándose aquél escuchando detrás de una puerta para observar el efecto producido por la reprimenda. Esta causó, realmente, una gran impresión en la señora. Al despedirme de ella lo hice con las palabras: «Beso a usted la mano, caballero», con lo cual si la interesada hubiera sido persona experimentada en estas cuestiones hubiese podido descubrir que mi despedida se dirigía en realidad a aquel por encargo del cual la había yo sermoneado. 17) El doctor Stekel nos refiere de sí mismo que, teniendo una vez en tratamiento a dos pacientes procedentes de Trieste, confundía siempre entre sí sus respectivos nombres, y al saludarlos decía: «Buenos días, señor Peloni», al que se llamaba Askoli, y «Buenos días, señor Askoli», a Peloni. Al principio se inclinó a no atribuir ninguna profunda motivación a este cambio y a explicarlo sencillamente por las varias coincidencias existentes entre ambos sujetos, pero más tarde le fue fácil convencerse de que tan continuada equivocación obedecía al vanidoso deseo de hacer saber de aquel modo a sus dos clientes italianos que no era ninguno de ellos el único habitante de Trieste que había hecho el viaje hasta Viena para acudir a su consulta. 18) El mismo doctor Stekel cuenta que en una tormentosa junta general, queriendo decir: «Pasamos (wir schreiten) ahora al punto cuarto de la orden del día», dijo: «Peleamos (wir streiten)», etc. 19) Un profesor, en un discurso de toma de posesión de una cátedra, dijo: «No estoy inclinado (ich bin nicht geneigt) a hacer el elogio de mi estimado predecesor», queriendo decir: «No soy el llamado (ich bin nicht geeignet).» 20)
El doctor Stekel dijo a una señora a la que suponía atacada de la enfermedad de Basedow: «Le lleva usted un bocio ( Kropf) ... a su hermana», queriendo decir: «Le lleva usted una cabeza ( Kopf) de alto.» 21) * Stekel informa: «Alguien quiso describir las relaciones de dos amigos destacando el hecho que uno de ellos era judío. Diciendo: 'vivían juntos como Castor y Pollak' (en vez de Pollux, los dos mellizos divinos en la mitología griega). Esto por cierto no fue dicho con intención chistosa, mi interlocutor no se dio cuenta de su error hasta que yo se lo hice ver.»
"'
No hay comentarios:
Publicar un comentario