Sigmund FREUD
XCVII LECCIONES INTRODUCTORIAS AL PSICOANÁLISIS (*)
[1916-1917]
" Aún existe para vuestro acceso al
psicoanálisis una segunda dificultad, pero ésta no es ya inherente a la esencia
de nuestra disciplina, sino que depende exclusivamente de los hábitos mentales
que habéis adquirido en el estudio de la Medicina. Vuestra preparación médica
ha dado a vuestra actividad mental una determinada orientación, que la aleja en
gran manera del psicoanálisis. Se os ha habituado a fundar en causas anatómicas
las funciones orgánicas y sus perturbaciones y a explicarlas desde los puntos
de vista químico y físico, concibiéndolas biológicamente; pero nunca ha sido
dirigido vuestro interés a la vida psíquica, en la que, sin embargo, culmina el
funcionamiento de este nuestro organismo, tan maravillosamente complicado.
Resultado de esta preparación es que desconocéis en absoluto la disciplina
mental psicológica y os habéis acostumbrado a mirarla con desconfianza,negándole todo carácter científico y abandonándola a los profanos, poetas,
filósofos y místicos.
Mas con tal
conducta establecéis una desventajosa limitación de vuestra actividad médica,
pues el enfermo os presentará, en primer lugar, como sucede en todas las
relaciones humanas, su faz de psíquica, y temo que para vuestro castigo os
veáis obligados a dejarles a aquellos que con tanto desprecio calificáis de
profanos, naturalistas y místicos, una gran parte del influjo terapéutico que
desearíais ejercer.
No
desconozco la disculpa que puede alegarse para excusar esta laguna de vuestra
preparación. Fáltanos aún aquella ciencia filosófica auxiliar que podía ser una
importante ayuda para vuestros propósitos médicos."
INTRODUCCIÓN
Ignoro
cuántos de mis oyentes conocerán -por sus lecturas o simplemente de oídas- las
teorías psicoanalíticas. Mas el título dado a esta serie de conferencias,
«Lecciones introductorias al psicoanálisis», me obliga a conducirme como si no
poseyerais el menor conocimiento sobre esta materia y hubierais de ser
iniciados, necesariamente, en sus primeros elementos. Debo suponer, sin
embargo, que sabéis que el psicoanálisis constituye un especial tratamiento de
los enfermos de neurosis. Pero como en seguida os demostraré con un ejemplo sus
caracteres esenciales son en un todo diferentes de los peculiares a las
restantes ramas de la Medicina, y a veces resultan por completo opuestos a
ellos.
Generalmente,
cuando sometemos a un enfermo a una técnica médica desconocida para él,
procuramos disminuir a sus ojos los inconvenientes de la misma y darle la mayor
cantidad posible de seguridades respecto al éxito del tratamiento. A mi juicio,
obramos cuerdamente conduciéndonos así, pues este proceder aumenta las
probabilidades de éxito. En cambio, al someter a un neurótico al tratamiento
psicoanalítico procedemos de muy distinta forma, pues le enteramos de las
dificultades que el método presenta, de su larga duración y de los esfuerzos y
sacrificios que exige, y en lo que respecta al resultado le hacemos saber que
no podemos prometerle nada con seguridad y que el éxito dependerá de su
comportamiento, su inteligencia, su obediencia y su paciente sumisión a los
consejos del médico. Claro es que esta
conducta del médico psicoanalítico obedece a razones de gran peso, cuya
importancia comprenderéis mas adelante.
Os ruego que
no me toméis a mal el que al principio de mis lecciones observe con vosotros
esta misma norma de conducta, tratándoos como el médico trata al enfermo
neurótico que acude a su consulta.
Mis primeras
palabras han de equivaler al consejo de que no vengáis a oírme por segunda vez,
pues en ellas os señalaré la inevitable imperfección de una enseñanza del
psicoanálisis y las dificultades que se oponen a la formación de un juicio
personal en estas materias. Os mostraré también cómo la orientación de vuestra
cultura personal y todos los hábitos de vuestro pensamiento os han de inclinar
en contra del psicoanálisis, y cuántas cosas deberéis vencer en vosotros mismos
para dominar tal hostilidad.
Naturalmente,
no puedo predeciros lo que estas conferencias os harán avanzar en la
comprensión del psicoanálisis; pero sí puedo, en cambio, aseguraros que vuestra
asistencia a las mismas no ha de capacitaros para emprender una investigación o
un tratamiento psicoanalítico. Por otro lado, si entre vosotros hubiera alguien
que no se considerase satisfecho con adquirir un superficial conocimiento del
psicoanálisis y deseara entrar en contacto permanente con él, trataría yo de
disuadirle de tal propósito, advirtiéndole de los sinsabores que la realización
del mismo habría de acarrearle. En las actuales circunstancias, la elección de
esta rama científica supone la renuncia a toda posibilidad de éxito
universitario, y aquel que a ella se dedique, prácticamente se hallará en medio
de una sociedad que no comprenderá sus aspiraciones y que, considerándole con
desconfianza y hostilidad, desencadenará contra él todos los malos espíritus
que abriga en su seno. Del número de estos malos espíritus podéis formaros una
idea sólo con observar los hechos a que ha dado lugar la guerra que hoy devasta
a Europa.
Sin embargo, hay siempre personas para las
cuales todo nuevo conocimiento posee un invencible atractivo, a pesar de los
inconvenientes que el estudio del mismo pueda traer consigo. Así, pues, veré
con gusto retornar a estas aulas a aquellos de vosotros en quienes tal
curiosidad científica venza toda otra consideración; mas, de todos modos, era
un deber mío haceros las advertencias que anteceden sobre las dificultades
inherentes al estudio del psicoanálisis.
La primera de tales dificultades surge en lo
relativo a la enseñanza, al entrenamiento en psicoanálisis. En la enseñanza
médica estáis acostumbrados a ver directamente aquello de que el profesor os
habla en sus lecciones. Veis la preparación anatómica, el precipitado resultante
de una reacción química o la contracción de un músculo por el efecto de la
excitación de sus nervios. Más tarde se os pone en presencia del enfermo mismo
y podéis observar directamente los síntomas de su dolencia, los productos del
proceso morboso y, en muchos casos, incluso el germen provocador de la
enfermedad. En las especialidades quirúrgicas asistís a las intervenciones
curativas e incluso tenéis que ensayaros personalmente en su práctica. Hasta en
la misma Psiquiatría, la observación directa de la conducta del enfermo y de
sus gestos, palabras y ademanes os proporciona un numeroso acervo de datos que
se grabarán profundamente en vuestra memoria. De este modo, el profesor de Medicina es
constantemente un guía y un intérprete que os acompaña como a través de un
museo, mientras vosotros entráis en contacto directo con los objetos y creéis
adquirir por la propia percepción personal la convicción de la existencia de
nuevos hechos.
Por
desgracia, en el psicoanálisis no hallamos ninguna de tales facilidades de
estudio. El tratamiento psicoanalítico aparece como un intercambio de palabras
entre el paciente y el analista. El paciente habla, relata los acontecimientos
de su vida pasada y sus impresiones presentes, se queja y confiesa sus deseos y
sus emociones.
El médico
escucha, intenta dirigir los procesos mentales del enfermo, le moviliza, da a
su atención determinadas direcciones, le proporciona esclarecimientos y observa
las reacciones de comprensión o rechazo que de esta manera provoca en él. Las
personas que rodean a tales enfermos, y a las cuales sólo lo groseramente
visible y tangible logra convencer de la bondad de un tratamiento, al que
considerarán inmejorables si trae consigo efectos teatrales semejantes a los
que tanto éxito logran al desarrollarse en la pantalla cinematográfica, no
prescinden nunca de expresar sus dudas de que `por medio de una simple
conversación entre el médico y el enfermo pueda conseguirse algún resultado'
Naturalmente,
es este juicio tan ininteligible como falto de lógica, y los que así piensan
son los mismos que aseguran que los síntomas del enfermo son simples
«imaginaciones».
Las
palabras, primitivamente, formaban parte de la magia y conservan todavía en la
actualidad algo de su antiguo poder. Por medio de palabras puede un hombre
hacer feliz a un semejante o llevarle a la desesperación; por medio de palabras
transmite el profesor sus conocimientos a los discípulos y arrastra tras de sí
el orador a sus oyentes, determinando sus juicios y decisiones. Las palabras
provocan afectos emotivos y constituyen el medio general para la influenciación
recíproca de los hombres. No podremos, pues, despreciar el valor que el empleo
de las mismas pueda tener en la psicoterapia, y asistiríamos con interés, en
calidad de oyentes, a las palabras que transcurren entre el analista y su
paciente. Pero tampoco ésto nos está permitido. La conversación que constituye
el tratamiento psicoanalítico es absolutamente secreta y no tolera la presencia
de una tercera persona. Puede, naturalmente, presentarse a los alumnos, en el
curso de una lección de Psiquiatría, un sujeto neurasténico o histérico; el
mismo se limitará a comunicar aquellos síntomas en los que su dolencia se
manifiesta pero nada más. Las informaciones imprescindibles para el análisis no
las dará más que al médico, y esto únicamente en el caso de que sienta por él
una particular ligazón emocional.
El paciente
enmudecerá en el momento en que al lado del médico surja una tercera persona
indiferente. Lo que motiva esta conducta es que aquellas informaciones se
refieren a lo más íntimo de su vida anímica a todo aquello que como persona
social independiente tiene que ocultar a los ojos de los demás, y aparte de
esto, a todo aquello que ni siquiera querría confesarse a sí mismo. Así, pues,
no podréis asistir como oyentes a un tratamiento psicoanalítico, y de este modo
nunca os será posible conocer el psicoanálisis sino de oídas, en el sentido
estricto de esta locución. Una tal carencia de informaciones directas ha de
colocaros en situación poco corriente para formar un juicio sobre nuestra
disciplina; juicio que, dadas las circunstancias señaladas, habrá de depender
del grado de confianza que os merezca aquel que os informa.
Suponed por
un momento que habéis acudido no a una conferencia sobre Psiquiatría, sino a
una lección de Historia, y que el conferenciante os habla de la vida y de los
hechos guerreros de Alejandro Magno. ¿Qué razones tendréis en este caso para
creer en la veracidad de su relato? A primera vista, la situación parece aún
más desfavorable que en la enseñanza del psicoanálisis, pues el profesor de
Historia no tomó tampoco parte en las expediciones militares de Alejandro,
mientras que el psicoanalista os habla, por lo menos, de cosas en las que él
mismo ha desempeñado un papel. Pero en las lecciones de Historia se da una
circunstancia que os permite dar fe, sin grandes reservas, a las palabras del
conferenciante. Este puede citaros los relatos de antiguos escritores
contemporáneos a los hechos objeto de su lección, o, por lo menos, bastante
próximos a ellos; esto es, referirse a los libros de Diodoro, Plutarco,
Arriano, etcétera, y puede presentaros asimismo reproducciones de las medallas
y estatuas de Alejandro y haceros ver una fotografía del mosaico pompeyano que
representa la batalla de Issos.
Claro es que
todos estos documentos no demuestran, estrictamente considerados, sino que ya generaciones
anteriores creyeron en la existencia de Alejandro y en la realidad de sus
hechos heroicos, y en esta circunstancia podríais fundar de nuevo una crítica
escéptica, alegando que no todo lo que sobre Alejandro se ha relatado es
verosímil ni puede demostrarse detalladamente. Sin embargo, no puedo admitir
que tras de una lección de este género saliéseis del aula dudando todavía de la
realidad de Alejandro Magno.
Vuestra
aceptación de los hechos expuestos en la conferencia obedecerá en este caso a
dos principales reflexiones: la primera será la de que el conferenciante no
tiene motivo alguno para haceros admitir como real algo que él mismo no
considera así, y en segundo lugar, todos los libros de Historia a los que
podáis ir en busca de una confirmación os relatarán los hechos,
aproximadamente, en la misma forma. Si a continuación emprendéis el examen de
las fuentes históricas más antiguas, deberéis tener en cuenta idénticos
factores; esto es, los móviles que han podido guiar a los autores en su exposición
y la concordancia de sus testimonios. En el caso de Alejandro, el resultado de
este examen será seguramente tranquilizable. No así cuando se trate de
personalidades tales como Moisés o Nimrod. Volviendo ahora a las dudas que
puedan surgir en vosotros con respecto al grado de confianza merecido por el
informante psicoanalítico, os indicaré que más adelante tendréis ocasión de
apreciarlas en su justo valor. Me preguntaréis ahora -y muy justificadamente
por cierto- cómo no existiendo verificación objetiva del psicoanálisis ni
posibilidad alguna de demostración, puede hacerse el aprendizaje de nuestra
disciplina y llegar a la convicción de la verdad de sus afirmaciones. Este
aprendizaje no es, en efecto, fácil, y son muy pocos los que han podido
aprenderlo correctamente; pero, naturalmente, existen un camino y un método
posibles.
El
psicoanálisis se aprende, en primer lugar, por el estudio de la propia
personalidad, estudio que, aunque no es rigurosamente lo que acostumbramos
calificar de autoobservación, se aproxima bastante a este concepto.
Existe toda
una serie de fenómenos anímicos muy frecuentes y generalmente conocidos, que,
una vez iniciados en los principios de la técnica analítica, podemos convertir
en objetos de interesantes autoanálisis, los cuales nos proporcionarán la
deseada convicción de la realidad de los procesos descritos por el
psicoanálisis y de la verdad de sus afirmaciones.
Mas los
progresos que por este camino pueden realizarse son harto limitados, y aquellos
que quieran avanzar más rápidamente en el estudio de nuestra disciplina lo
conseguirán, mejor que por ningún otro medio, dejándose analizar por un
psicoanalista competente De este modo, al mismo tiempo que experimentan en su
propio ser los efectos del psicoanálisis, tendrán ocasión de iniciarse en todas
las sutilezas de su técnica. Claro es que este medio de máxima excelencia no
puede ser utilizado sino por una sola persona y nunca por una sala completa de
alumnos.
Aún existe para vuestro acceso al
psicoanálisis una segunda dificultad, pero ésta no es ya inherente a la esencia
de nuestra disciplina, sino que depende exclusivamente de los hábitos mentales
que habéis adquirido en el estudio de la Medicina. Vuestra preparación médica
ha dado a vuestra actividad mental una determinada orientación, que la aleja en
gran manera del psicoanálisis. Se os ha habituado a fundar en causas anatómicas
las funciones orgánicas y sus perturbaciones y a explicarlas desde los puntos
de vista químico y físico, concibiéndolas biológicamente; pero nunca ha sido
dirigido vuestro interés a la vida psíquica, en la que, sin embargo, culmina el
funcionamiento de este nuestro organismo, tan maravillosamente complicado.
Resultado de esta preparación es que desconocéis en absoluto la disciplina
mental psicológica y os habéis acostumbrado a mirarla con desconfianza,
negándole todo carácter científico y abandonándola a los profanos, poetas,
filósofos y místicos.
Mas con tal
conducta establecéis una desventajosa limitación de vuestra actividad médica,
pues el enfermo os presentará, en primer lugar, como sucede en todas las
relaciones humanas, su façade psíquica, y temo que para vuestro castigo os
veáis obligados a dejarles a aquellos que con tanto desprecio calificáis de
profanos, naturalistas y místicos, una gran parte del influjo terapéutico que
desearíais ejercer.
No
desconozco la disculpa que puede alegarse para excusar esta laguna de vuestra
preparación. Fáltanos aún aquella ciencia filosófica auxiliar que podía ser una
importante ayuda para vuestros propósitos médicos.
Ni la
Filosofía especulativa, ni la Psicología descriptiva, ni la llamada Psicología
experimental, ligada a la Fisiología de los sentidos, se hallan, tal y como son
enseñadas en las universidades, en estado de proporcionarnos dato ninguno útil
sobre las relaciones entre lo somático y lo anímico y ofrecernos la clave
necesaria para la comprensión de una perturbación cualquiera de las funciones
anímicas.
Dentro de la
Medicina, la Psiquiatría se ocupa, ciertamente, de describir las perturbaciones
psíquicas por ella observadas y de reunirlas formando cuadros clínicos; mas en
sus momentos de sinceridad los mismos psiquiatras dudan de si sus exposiciones
puramente descriptivas merecen realmente el nombre de ciencia. Los síntomas que
integran estos cuadros clínicos nos son desconocidos en lo que respecta a su
origen, su mecanismo y su recíproca conexión y no corresponden a ellos ningunas
modificaciones visibles del órgano anatómico del alma, o corresponden
modificaciones que no nos proporcionan el menor esclarecimiento. Tales
perturbaciones anímicas no podrán ser accesibles a una influencia terapéutica
más que cuando constituyan efectos secundarios de una cualquiera afección
orgánica.
Es ésta la
laguna que el psicoanálisis se esfuerza en hacer desaparecer, intentando dar a
la Psiquiatría la base psicológica de que carece y esperando descubrir el
terreno común que hará inteligible la reunión de una perturbación somática con
una perturbación anímica.
Con este
objeto tiene que mantenerse libre de toda hipótesis de orden anatómico, químico
o fisiológico extraño a su peculiar esencia y no laborar más que con conceptos
auxiliares puramente psicológicos, cosa que temo contribuya no poco a hacer que
os parezca aún más extraño de lo que esperabais. Encontramos, por último, una
tercera dificultad, de la que no haré responsable a vuestra posición personal
ni tampoco a vuestra preparación científica. Dos afirmaciones del psicoanálisis
son principalmente las que causan mayor extrañeza y atraen sobre él la
desaprobación general. Tropieza una de ellas con un prejuicio intelectual y la
otra con un prejuicio estético y moral. No conviene, ciertamente, despreciar
tales prejuicios, pues son residuos de pasadas fases, muy útiles, y hasta
necesarias, de la evolución humana, y poseen un considerable poder, hallándose
sostenidos por fuerzas afectivas que hacen en extremo difícil el luchar contra
ellos.
La primera
de tales extrañas afirmaciones del psicoanálisis es la de que los procesos
psíquicos son en sí mismos inconscientes, y que los procesos conscientes no son
sino actos aislados o fracciones de la vida anímica total. Recordad con
relación a esto que nos hallamos, por el contrario, acostumbrados a identificar
lo psíquico con lo consciente, considerando precisamente la consciencia como la
característica definicional de lo psíquico y Psicología como la ciencia de los
contenidos de la consciencia. Esta ecuación nos parece tan natural, que creemos
hallar un absurdo manifiesto en todo aquello que la contradiga. Sin embargo, el
psicoanálisis se ve obligado a oponerse en absoluto a esta identidad de lo
psíquico y lo consciente. Para él lo psíquico son procesos de la naturaleza de
los sentimientos, del pensamiento y de la voluntad, y afirma que existen un
pensamiento inconsciente y una voluntad inconsciente. Ya con esta definición y
esta afirmación se enajena el psicoanálisis, por adelantado, la simpatía de
todos los partidarios del tímido cientificismo y atrae sobre sí la sospecha de
no ser sino una fantástica ciencia esotérica ansiosa por construir misterios y
pescar en las aguas turbias.
Naturalmente,
vosotros no podéis comprender aún con qué derecho califico de prejuicio un
principio de una naturaleza tan abstracta como el de que «lo anímico es lo
consciente», y no podéis adivinar por qué caminos se ha podido llegar a la
negación de lo inconsciente -suponiendo que exista- y qué ventajas puede
proporcionar una tal negación. A primera vista parece por completo ociosa la
discusión de si se ha de hacer coincidir lo psíquico con lo consciente, o, por
el contrario, extender los dominios de lo primero más allá de los límites de la
consciencia; no obstante, puedo aseguraros que la aceptación de los procesos
psíquicos inconscientes inicia en la ciencia una nueva orientación decisiva.
Esta primera afirmación -un tanto osada- del psicoanálisis posee un íntimo
enlace, que ni siquiera sospecháis, con el segundo de los principios esenciales
que el mismo ha deducido de sus investigaciones.
Contiene
este segundo principio la afirmación de que determinados impulsos instintivos,
que únicamente pueden ser calificados de sexuales, tanto en el amplio sentido
de esta palabra como en su sentido estricto, desempeñan un papel, cuya
importancia no ha sido hasta el momento suficientemente reconocida, en la
causación de las enfermedades nerviosas y psíquicas y, además, coadyuvan con
aportaciones nada despreciables a la génesis de las más altas creaciones
culturales, artísticas y sociales del espíritu humano.
Mi
experiencia me ha demostrado que la aversión suscitada por este resultado de la
investigación psicoanalítica constituye la fuente más importante de las
resistencias con las que la misma ha tropezado. ¿Queréis saber qué explicación
damos a este hecho?
Creemos que
la cultura ha sido creada obedeciendo al impulso de las necesidades vitales y a
costa de la satisfacción de los instintos, y que es de continuo creada de
nuevo, en gran parte, del mismo modo, pues cada individuo que entra en la
sociedad humana repite, en provecho de la colectividad, el sacrificio de la
satisfacción de sus instintos. Entre las fuerzas instintivas así sacrificadas
desempeñan un importantísimo papel los impulsos sexuales, los cuales son aquí
objeto de una sublimación; esto es, son desviados de sus fines sexuales y dirigidos
a fines socialmente más elevados, faltos ya de todo carácter sexual. Pero esta
organización resulta harto inestable; los instintos sexuales quedan
insuficientemente domados y en cada uno de aquellos individuos que han de
coadyuvar a la obra civilizadora perdura el peligro de que los instintos
sexuales resistan tal trato. Por su parte, la sociedad cree que el mayor
peligro para su labor civilizadora sería la liberación de los instintos
sexuales y el retorno de los mismos a sus fines primitivos y, por tanto, no
gusta de que se le recuerde esta parte, un tanto escabrosa, de los fundamentos
en los que se basa, ni muestra interés ninguno en que la energía de los
instintos sexuales sea reconocida en toda su importancia y se revele, a cada
uno de los individuos que constituyen la colectividad social, la magnitud de la
influencia que sobre sus actos pueda ejercer la vida sexual. Por el contrario,
adopta un método de educación que tiende, en general, a desviar la atención de
lo referente a la vida sexual. Todo esto nos explica por qué la sociedad se
niega a aceptar el resultado antes expuesto de las investigaciones
psicoanalíticas y quisiera inutilizarlo, declarándolo repulsivo desde el punto
de vista estético, condenable desde el punto de vista moral y peligroso por
todos conceptos.
Mas no es
con reproches de este género como se puede destruir un resultado objetivo de un
trabajo científico. Para que una controversia tenga algún valor habrá de
desarrollarse dentro de los dominios intelectuales. Ahora bien: dentro de la
naturaleza humana se halla el que nos inclinamos a considerar equivocado lo que
nos causaría displacer aceptar como cierto, y esta tendencia encuentra
fácilmente argumento para rechazar, en nombre del intelecto, aquello sobre lo
que recae. De esta forma convierte la sociedad lo desagradable en equivocado;
discute las verdades del psicoanálisis con argumentos lógicos y objetivos, pero
que proceden de fuentes emocionales; y opone estas objeciones, en calidad de
prejuicios contra toda tentativa de refutación.
Por nuestra parte, podemos afirmar que al
formular el principio de que tratamos no hemos tenido en vista finalidad
tendenciosa alguna. Nuestro único fin era el de exponer un hecho que creemos
haber establecido con toda seguridad al cabo de una cuidadosa labor. Creemos,
pues, deber protestar contra la mezcla de tales consideraciones prácticas en la
labor científica, y lo haremos, desde luego, aun antes de investigar si los
temores que estas consideraciones tratan de imponernos son o no justificados.
Tales son algunas de las dificultades con las que tropezaréis si queréis
dedicaros al estudio del psicoanálisis, dificultades que ya son harto
considerables para el principio de una labor científica. Si su perspectiva no
os asusta, podremos continuar estas lecciones.
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