CURSO DE INTRODUCCIÓN AL PSICOANÁLISIS
LOS SUEÑOS
1915-6 [1916]
LECCION V. 1.
DIFICULTADES Y PRIMERAS APROXIMACIONES
SE descubrió que los síntomas patológicos de determinados sujetos
nerviosos poseían un sentido (" descubrimiento que constituyó la base
y el punto de partida del tratamiento psicoanalítico. En este tratamiento se observó,
después, que los enfermos incluían entre sus síntomas algunos de sus
sueños, y esta inclusión fue lo que hizo suponer que dichos sueños debían poseer
igualmente su sentido propio.
Mas, en lugar de seguir aquí este orden histórico, comenzaremos nuestra
exposición por el extremo opuesto, considerando la demostración de tal sentido
de los sueños como una labor preparatoria para el estudio de las neurosis.
Esta
inversión de orden expositivo está perfectamente justificada, pues no solamente
constituye el estudio de los sueños la mejor preparación al de las neurosis, sino
que el fenómeno onírico es por sí mismo un síntoma neurótico que presenta,
además, la inapreciable ventaja de poder ser observado en todo el mundo, incluso
en los individuos de salud normal. Aun cuando todos los hombres gozasen de
perfecta salud, podríamos llegar por el examen de sus sueños a deducir casi todas
las conclusiones a las que el análisis de las neurosis nos han conducido.
De este modo llegan a ser los sueños objeto de la investigación psicoanalítica,
y nos hallamos de nuevo en estas lecciones ante un fenómeno vulgar, al que,
como sucedía con las funciones fallidas, con las cuales tiene, además, el carácter
común de manifestarse incluso en los individuos más normales, se considera
generalmente desprovisto de todo sentido e importancia práctica.
Pero los
sueños se presentan a nuestro estudio <::n condiciones más desfavorables que las
funciones fallidas. Se hallaban éstas descuidadas por la ciencia, que jamás se
había dignado dirigir su atención sobre ellas; pero el consagrarse a su estudio
no constituía nada vergonzoso, e incluso podía disculparse, alegando que si
bien hay cosas más importantes, pudiera ser, sin embargo, que la investigación
de los actos fallidos proporcionase algunos resultados de interés. En cambio,
el dedicarse a investigar los sueños es considerado no sólo como una ocupación
falta de todo valor práctico y absolutamente superfluo, sino como un pasatiempo
censurable anticientífico y revelador de una tendencia al misticismo.
Parece, en general, inverosímil que un médico se consagre al estudio de
los sueños cuando la Neuropatología y la Psiquiatría ofrecen tantos fenómenos
infinitamente más serios: tumores, a veces del volumen de una manzana, que
comprimen el órgano de la vida psíquica, y hemorragias e inflamaciones crónicas,
en el curso de las cuales pueden observarse, por medio del microscopio, las
alteraciones de los tejidos. Junto a estos fenómenos, resultan los sueños algo
.Jose Breuer, en los años 1880 a 18~2. Vean:.e di en Am~rica, (: Historia del movimiento psicoanalítico,
sobre este punto inicial del psicoanálisis los trabajos contenidos en el volumen V de esta edición.
titulados Psiwanóll.\is. Cilu'o conferencias, LJUC en 1909 tan insignificante, que no merece el honor de llegar a constituirse en objeto de
una investigación. Tratase, además, de un objeto cuyo carácter desafía todas las exigencias
de la ciencia exacta y sobre el cual el investigador no posee certeza alguna. Una
idea fija, por ejemplo, se presenta a nuestros ojos con toda claridad y mostrando
un contorno preciso y bien delimitado: «Yo soy el emperador de la China»,
proclama en voz alta el enfermo. En cambio, los sueños no son a veces ni siquiera
susceptibles de ser fijados en una ordenada exposición.
Cuando alguien nos
refiere un sueño, no poseemos garantía ninguna de la exactitud de su relato,
y nada nos prueba que no lo deforma al comunicarlo o añade a él detalles imaginarios
procedentes de la imprecisión de su recuerdo. Además, la mayoría de
los sueños escapa al recuerdo, y no quedan de ellos en la memoria del sujeto
sino fragmentos insignificantes. Parece, pues, imposible que sobre la interpretación
de estos materiales quiera fundarse una psicología científica o un método
terapéutico.
Sin embargo, debemos desconfiar de aquellos juicios que muestran una clara
exageración, y es evidente que las objeciones contra el sueño, como objeto
de investigación, van demasiado lejos. Los sueños, se dice, tienen una importancia
insignificante. Ya hemos respondido a una objeción de este mismo género
a propósito de los actos fallidos. Dijimos entonces que cosas de gran importancia
pueden no manifestarse sino por muy pequeños indicios. Por otra parte, la
indeterminación que tanto se reprocha a los sueños constituye un carácter
peculiar de los mismos, y habremos de aceptarla sin protesta, pues, como es
natural, no podemos prescribir a las cosas el carácter que deban presentar.
Además, hay también sueños claros y definidos, y fuera de esto, la investigación
psiquiátrica recae con frecuencia sobre objetos que presentan igual indeterminación.
Así sucede en numerosos casos de representaciones obsesivas, de las cuales
se ocupan, sin embargo, los psiquiatras más respetables y eminentes. Recuerdo
aún el último caso que de este género se me presentó en el ejercicio de mi actividad
profesional. La enferma comenzó por declararme lo siguiente: «Siento como si
hubiera causado un daño a un ser vivo. ¿A un niño? No. Más bien a un perro.
Tengo la impresión de haberlo arrojado desde un puente o haberlo hecho sufrir
de otra manera cualquiera.» Podemos evitar el inconveniente resultante de
la incertidumbre de los recuerdos referentes al sueño establecido, que no debe
ser considerado como tal, sino lo que el sujeto nos relata, haciendo abstracción
de todo aquello que él mismo ha podido olvidar o deformar en su recuerdo.
Por último, indicaremos que no es lícito afirmar de un modo general que el sueño
es un fenómeno sin importancia. Todos sabemos por propia experiencia que la
disposición psíquica en la que despertamos después de un sueño puede mantenerse
durante todo un día. Los médicos conocen casos en los que una enfermedad
psíquica ha comenzado por un sueño y en los que el enfermo ha retenido una
idea fija procedente del mismo. Cuéntase también que varios personajes históricos
hallaron en sus sueños estímulos para llevar a cabo determinados actos
de gran trascendencia. Resulta, pues, un tanto extraño este desprecio que en
los círculos científicos se profesa con respecto al sueño.
En este desprecio veo yo una reacción contra la importancia exagerada
que a los fenómenos oníricos se dio en tiempos antiguos. La reconstrucción
del pasado no es, desde luego, cosa fácil, pero podemos admitir sin vacilación
que nuestros antepasados de hace tres mil años o más soñaban de la misma manera que nosotros. Sabemos asimismo que todos los pueblos antiguos han
atribuido a los sueños un importante valor, y los han considerado como prácticamente
utilizables, hallando en ellos indicaciones relativas al futuro y di..ndoles
el significado de presagios. En Grecia y otros pueblos orientales resultaba tan
imposible una campaña militar sin intérpretes oníricos como hoy resultaría
sin los medios de observación que la aviación proporciona.
Cuando Alejandro Magno emprendió su expedición de conquista llevaba
en su séquito a los más reputados onirocríticos. La ciudad de Tiro, que en aquella
época se hallaba situada todavía en una isla, oponía al monarca una tan pertinaz
resistencia, que Alejandro había decidido ya levantar el sitio, cuando una noche
vio en sueños a un sátiro entregado a una danza triunfal. Habiendo dado parte
de su sueño a un individuo, éste lo interpretó como el seguro anuncio de una
victoria próxima, y Alejandro Magno ordenó, en consecuencia el asalto
que rindió a la ciudad. Los etruscos y los romanos se servían de otros métodos
de adivinar el porvenir; pero la interpretación de los sueños continuó siendo
cultivada, y gozó de gran predicamento durante la época grecorromana. De la
literatura que a esta cuestión se refiere ha llegado, por lo menos, hasta nosotros
una obra capital: el libro de Artemidoro de Dalcis, escrito probablemente en
la época del emperador Adriano. Lo que no puedo indicaros es cómo se produjo
la decadencia del arte de interpretar los sueños y cómo éstos cayeron en un total
descrédito. A mi juicio, no podemos atribuir tal decadencia y tal descrédito a
los efectos del progreso intelectual, pues la sombría Edad Media conservó
fielmente cosas harto más absurdas que la antigua interpretación de los sueños.
El hecho es que el interés por los sueños degeneró poco a poco en superstición
y halló su último refugio en el pueblo inculto. El último abuso que de la interpretación
onírica ha llegado hasta nuestros días consiste en tratar de deducir
de los sueños los números que saldrán premiados en las loterías. En compensación,
la ciencia exacta actual se ha ocupado de los sueños repetidas veces, pero
siempre con la intención de aplicar a ellos teorías fisiológicas. Los médicos
veían, naturalmente, en los sueños no un acto psíquico, sino la manifestación,
en la vida anímica, de excitaciones somáticas. Binz declara en 1879 que los sueños
son un «proceso corporal, inútil siempre, patológico con frecuencia, y que con
respecto al alma universal y a la inmortalidad es lo que una llanura arenosa y
estéril al éter azul que la domina desde inmensa altura». Maury compara los
sueños a las contracciones desordenadas del baile de San Vito, que contrastan
con los movimientos coordinados del hombre normal, y una vieja comparación
asimila los sueños a los sonidos «que produce un individuo profano en música
recorriendo con sus diez dedos las teclas del piano».
Interpretar significa hallar un sentido oculto, y, naturalmente, no puede
hablarse de nada semejante desde el momento en que se desprecia de este modo
el valor de los sueños. Leed la descripción que de los mismos hace Wundt, Jordl
y otros filósofos modernos. Todos ellos se limitan a enumerar los puntos en los
que el fenómeno onírico se desvía del pensamiento despierto y a hacer resaltar
la descomposición de las asociaciones, la supresión del sentido crítico, la eliminación
de todo conocimiento y todos los demás signos en los que se puede
fundar un juicio adverso a toda la importancia a que dicho fenómeno pudiera
aspirar. La única contribución interesante que para el conocimiento de los
sueños nos ha sido proporcionada por la ciencia exacta se refiere a la influencia
que sobre su contenido ejercen las excitaciones corporales que se producen durante el reposo nocturno.
Un autor noruego recientemente fallecido, J. Mourly
Vold, nos ha dejado dos grandes volúmenes de investigaciones experimentales
sobre los sueños y relativas casi exclusivamente a los efectos producidos por el
desplazamiento de los miembros del durmiente. Estos trabajos son justamente
apreciados como modelo de investigación exacta sobre los sueños. Mas, ¿qué
diría la ciencia exacta al saber que queremos intentar descubrir el sentido de los
sueños? Quizá se ha pronunciado ya la ciencia sobre esta cuestión, pero no hemos
de dejarnos desalentar por su juicio. Puesto que los actos fallidos pueden tener
un sentido que la investigación exacta ni siquiera sospechaba, nada se opone a
que también lo tengan los sueños. Hagamos, pues, nuestro el prejuicio de los
antiguos y del pueblo, y sigamos las huellas de los primitivos onirocríticos.
Pero ante todo debemos orientarnos en nuestra labor y pasar revista a los
dominios del sueño. ¿Qué es un sueño? Resulta dificil responder a esta pregunta
con una definición, y, por tanto, no intentaremos construirla, pues se trata,
además, de algo que todo el mundo conoce. Sin embargo, deberíamos, por lo
menos, hacer resaltar los caracteres esencialcs de este fenómeno. Mas, ¿dónde
encontrarlos? Existen tantas diferencias de toda clase dentro de los límites del
objeto de nuestra labor, que tendremos que considerar como caracteres esenciales
de los sueños aquellos que resulten comunes a todos ellos. Ahora bien:
el primero de tales caracteres comunes a todos los sueños es el de que cuando
soñamos nos hallamos dormidos. Es evidente, pues, que los sueños son una
manifestación de la vida psíquica durante el reposo . Y que si esta vida ofrece
determinadas semejanzas con la de la vigilia, también se separa de ella por
considerables diferencias. Tal era ya la definición de Aristóteles. Es posible
que entre el sueño y el estado de reposo existan relaciones aún más estrechas.
Muchas veces es un sueño lo que nos hace despertar, y otras se inicia el mismo
inmediatamente antes de un despertar espontáneo o cuando hay algo que viene
a interrumpir violentamente nuestro reposo. De este modo, el fenómeno onírico
se nos muestra como un estado intermedio entre el reposo y la vigilia, planteándonos,
ante todo, el problema de la naturaleza del acto de dormir.
Es éste un problema fisiológico o biológico aún muy discutido y discutible.
No podemos decidir todavía nada con respecto a él; pero, a mi juicio, podemos
intentar caracterizar el reposo desde el punto de vista psicológico. El reposo
es un estado en el que el durmiente no quiere saber nada del mundo exterior,
habiendo desligado del mismo todo su interés. Retirándonos precisamente
del mundo exterior, y protegiéndonos contra las excitaciones que de él proceden,
es como nos sumimos en el reposo. Nos dormimos cuando nos hallamos fatigados
del mundo exterior y de sus excitaciones, y durmiéndonos, le decimos: «Déjame
en paz, pues quiero dormir.» Por el contrario, el niño suele decir: «No quiero
irme a dormir todavía; no estoy fatigado; quiero jugar aún otro poco.» La tendencia
biológica del reposo parece, pues, consistir en el descanso, y su carácter
psicológico, en la extinción del interés por el mundo exterior. Uno de los caracteres
de nuestra relación con este mundo, al cual hemos venido sin una expresa
1427 En alemán existen términos diferentes para ambos conceptos. Como esto pudiera originar confunde designar
el sueño -fenómeno onírico- y el acto de siones, diremos tan sólo sueño refiriéndonos al fenómeno dormir
(Traum y SchlaJ). Igualmente en francés y en 110 onírico, y emplearemos para designar el aclo de
inglés (réve y sommei/; dream y s/ecp). Pero en castellano dormir la palabtra reposo. (Nota del T)
llano poseemos un mismo término -suei'io- para
voluntad por nuestra parte, es el de que no podemos soportarlo de una manera
ininterrumpida, y, por tanto, tenemos que volvernos a sumir temporalmente
en el estado en que nos hallábamos antes de nacer, en la época de nuestra existencia
intrauterina. Por lo menos, nos creamos condiciones por completo análogas
a la de esta existencia, o sean las de calor, oscuridad y ausencia de excitaciones.
A más de esto, muchos de nosotros se envuelven estrechamente en las sábanas
y dan a su cuerpo, durante el reposo, una actitud similar a la del feto en el seno
materno. Diríase que aun en el estado adulto no pertenecemos al mundo sino en
dos terceras partes de nuestra individualidad, y que en otra tercera parte es
¡;omo si todavía no hubiéramos nacido. En estas condiciones, cada despertar
matinal es para nosotros como un nuevo nacimiento, y cuando nuestro reposo
ha sido tranquilo y reparador, decimos al despertar, que nos encontramos como
si acabáramos de nacer. Claro es que al decir esto nos hacemos, sin duda, una
idea muy falsa de la sensación general de recién nacido, pues es sospechable
que éste se sienta muy a disgusto. Mas también llamamos, con igual impropiedad,
al acto del nacimiento, «ver por primera vez la luz del día».
Si la naturaleza del reposo es la que acabamos de exponer, el fenómeno
onírico, lejos de deber fomar parte de él, se nos muestra más bien como un
accesorio inoportuno. Tal es, en efecto, la opinión general, según la cual el
reposo sin sueño es el más reparador y el único verdadero. Durante el descanso
no debe subsistir actividad psíquica ninguna, y sólo cuando no hemos conseguido
alcanzar por completo el estado de reposo fetal perdurarían en nosotros
restos de dicha actividad, los cuales constituirían precisamente los sueños.
Mas, siendo así, no necesitaríamos buscar en ellos sentido alguno. En las funciones
fallidas, la situación era distinta, pues se trataba de actividades correspondientes
a la vida despierta. Pero cuando dormimos después de haber conseguido suprimir
nuestra actividad psíquica con excepción de algunos restos, no hay razón ninguna
para que los mismos posean un sentido, el cual nos sería, además, imposible
utilizar, dado que la mayor parte de nuestra vida psíquica se halla dormida.
No podría, pues, tratarse sino de reacciones convulsiformes o de fenómenos
psíquicos provocados directamente por un estímulo somático. Los sueños no
serían, por tanto, sino restos de la actividad psíquica del estado de vigilia, susceptibles
de perturbar el reposo, y tendríamos que abandonar esta cuestión,
como extraña al alcance del psicoanálisis.
Pero, aun suponiendo que el sueño sea útil, no por eso deja de existir y podríamos,
por lo menos, intentar explicarnos tal existencia. ¿Por qué la vida psíquica
no duerme'! Hay, sin duda, algo que se opone a su reposo. Sobre ella actúan
estímulos a los que tiene que reaccionar. Así, pues, los sueños no serán otra
cosa que la forma que el alma tiene de reaccionar durante el estado de reposo
a las excitaciones que sobre ella actúan, deducción que abre un camino a nuestra
comprensión del fenómeno onírico. Habremos, pues, de investigar en diferentes
sueños cuáles son las excitaciones que tienden a perturbar el reposo y a las que
el durmiente reacciona por medio del fenómeno onírico.
Las consideraciones que anteceden nos han llevado a descubrir el primer
carácter común de los sueños. Pero éstos presentan todavía un segundo carácter
de este género, que resulta harto más difícil de establecer y describir. Los procesos
psicológicos del reposo difieren por completo de los de la vida despierta. En el
estado de reposo asistimos a muchos sucesos en cuya realidad creemos mientras dormimos, aunque lo único real que en ellos hay es, quizá, la presencia de una
excitación perturbadora. Dichos sucesos se nos presentan predominantemente
en forma de imágenes visuales, acompañadas algunas veces de sentimientos,
ideas e impresiones. Pueden, pues, intervenir en nuestros sueños sentidos diferentes
del de la vista, pero siempre dominan en ellos las imágenes visuales. De
este modo, parte de la dificultad con la que tropezamos para exponerlos en un
relato verbal proviene de tener que traducir las imágenes en palabras. «Podría
dibujaros mi sueño dice. con frecuencia, el sujeto ,pero no sé cómo contároslo.» No se trata aqui, en realidad, de una actividad psíquica reducida como
lo es la del débil mental comparada con la dél hombre de genio, sino de algo
cualitativamente diferente, sin que pueda decirse en qué consiste tal diferencia.
Fechner formula en una de sus obras la hipótesis de que la escena en la que se
desarrollan los sueños (en el alma) no es la misma de las representaciones de
la vida despierta, hipótesis que nos desorienta y nos parece incomprensible;
pero que expresa muy bien aquella impresión de extrañeza que nos deja la mayor
parte de los sueños. Tampoco la comparación de la actividad onírica con los
efectos obtenidos en un piano por una mano inexperta en música resulta ya
aplicable, pues el instrumento musical producirá, siempre que una mano recorra
al azar su teclado, los mismos sonidos, sin reunirlos nunca en una melodía.
Para lo sucesivo habremos de tener siempre bien presente el segundo carácter
común que aquí hemos establecido, aunque permanezca oscuro e incomprendido.
¿Tendrán todavía los sueños otros caracteres comunes? Por mi parte, no
he podido hallar más y no encuentro ya entre ellos sino diferencias, tanto en
lo que concierne a su duración aparente como a su precisión, a la intervención
de las emociones, a la persistencia, etc. Todo esto se muestra muy diferente de
lo que pudiéramos esperar si no se tratase más que de una defensa forzada,
momentánea y espasmódica, contra una excitación. Por lo que respecta a lo
que pudiéramos calificar de dimensiones de los sueños, existen algunos muy breves,
que se componen de una sola o muy pocas imágenes y no contienen sino
una idea o una palabra, y hay otros cuyo contenido es extraordinariamente
amplio y que se desarrollan como verdaderas novelas, durando en apariencia
largo tiempo. Hay sueños tan precisos como los sucesos de la vida real; tanto,
que al despertar tenemos necesidad de cierto tiempo para darnos cuenta de
que no se ha tratado sino de un sueño. En cambio, hay otros indeciblemente débiles y borrosos, e incluso en un solo y único sueño se encuentran a veces
partes de una gran precisión al lado de otras inaprehensiblemente vagas. Existen
sueños llenos de sentido, o por lo menos coherentes, y hasta ingeniosísimos
y de una fantástica belleza. Otros, en cambio, son embrollados, estúpidos,
absurdos y extravagantes. Algunos nos dejan por completo fríos, mientras
que otros despiertan todas nuestras emociones y nos hacen experimentar dolor
hasta el llanto, angustia que nos hace despertar, asombro, admiración, etc. La
mayor parte de los sueños quedan olvidados inmediatamente después del despertar,
o, si se mantienen vivos durante el día, palidecen cada vez más, y al
llegar la noche presentan grandes lagunas. Por el contrario, ciertos sueIlos
(por ejemplo, los de los niños) se conservan tan bien, que los recordamos, a veces
al cabo de treinta años, como si de una impresión recentísima se tratase. Algunos
se producen una sola y única vez, y otros surgen repetidamente en la misma persona sin sufrir modificación alguna o con ligeras variantes. Vemos, pues,
que este mínimo fragmento de actividad psíquica dispone de un repertorio
colosal y es apto para recrear todo lo que el alma crea en su actividad diurna;
mas sus creaciones son siempre distintas de las de la vida despierta.
Podríamos intentar explicar todas estas variedades de los sueños suponiendo
corresponden a los diversos estadios intermedios entre el reposo y la
vigilia, o sea a diversos grados del reposo incompleto. Pero si así fuera, a medida
que el rendimiento onírico nos mostrase un mayor valor, un contenido más rico
y una precisión más grande, deberíamos darnos cuenta, cada vez con más claridad,
de su carácter de sueño, pues en los de este género la vida psíquica nocturna
se aproxima mucho a la del estado de vigilia, y sobre todo no deberían aparecer
en ellos, al lado de fragmentos precisos y razonables, otros por completo nebulosos
y absurdos, seguidos a su vez por nuevos fragmentos precisos. Admitir
la explicación que acabamos de enunciar sería atribuir a nuestra alma la facultad
de cambiar la profundidad de su reposo con una velocidad y una facilidad
inadmisibles. Podemos, pues, rechazar tal explicación, demasiado fácil para
problema tan complicado.
Renunciaremos por ahora, y hasta nueva orden, a investigar el sentido de
los sueños, para intentar, partiendo de los caracteres comunes a todos ellos,
llegar a una mejor comprensión de los mismos. De las relaciones que existen
entre los sueños y el estado de reposo hemos deducido que el sueño es una reacción
a un estímulo perturbador de dicho reposo. Como ya indicamos, es éste
el único punto en el que la Psicología experimental puede prestarnos su concurso,
proporcionándonos la prueba de que las excitaciones producidas durante el
reposo aparecen en el fenómeno onírico. Conocemos gran número de investigaciones
sobre esta cuestión, incluyendo las últimas de MourIy-Vold antes
mencionadas, y todos nosotros hemos tenido ocasión de confirmar esta circunstancia
por medio de observaciones personales. Citaré aquí algunas experiencias
de este género, escogidas entre las más antiguas. Maury llevó a cabo varias de
ellas en su propia persona. Haciéndole oler, mientras se hallaba durmiendo,
agua de Colonia, soñó que se encontraba en El Cairo, en la tienda de Juan María
Farina, hecho con el que se enlazó después de una serie de extravagantes aventuras.
Otra vez, pellizcándole ligeramente en la nuca, soñó que se aplicaba una cataplasma y con un médico que le había cuidado en su infancia. Por último,
en otro experimento se le vertió una gota de agua sobre la frente y soñó que
se encontraba en Italia, sudaba mucho y bebía vino blanco de Orvieto.
Aquello que más nos impresiona en estos sueños provocados experimentalmente
Jo hallaremos, quizá, con una mayor precisión en otra serie de sueños
obtenidos por medio de un estímulo artificial. Nos referimos a tres sueños
comunicados por un sagaz observador, Hildebrandt, todos los cuales constituyen
reacciones al ruido producido por el timbre de un despertador:
«En una mañana de primavera paseo a través de los verdes campos en dirección
a un pueblo vecino, a cuyos habitantes veo dirigirse, vestidos de fiesta
y formando numerosos' grupos, hacia la iglesia, con el libro de misa en la mano.
Es, en efecto, domingo, y la primera misa debe comenzar dentro de pocos minutos.
Decido asistir a ella; pero como hace mucho calor, entro, para reposar,
en el cementerio que rodea la iglesia. Mientras me dedico a leer las diversas
inscripciones funerarias oigo al campanero subir al campanario y veo en lo alto del mismo la pequeña campana pueblerina que debe anunciar dentro de
poco el comienzo del servicio divino. Durante algunos instantes la campana
permanece inmóvil; pero luego comienza a moverse, y de repente sus sones
llegan a hacerse tan claros y agudos, que ponen fin a mi sueño. Al despertar oigo a mi lado el timbre del despertador.»
«Otra combinación: Es un claro día de invierno, y las calles se hallan cubiertas
por una espesa capa de nieve. Tengo que tomar parte en un paseo en
trineo, pero me veo obligado a esperar largo tiempo antes que se me anuncie
que el trinco ha llegado y espera a la puerta. Antes de subir a él hago mis preparativos.
poniéndome el gabán de pieles e instalando en el fondo del coche un
calentador. Por fin subo al trineo; pero el cochero no se decide a dar la señal de partida a los caballos. Sin embargo, éstos acaban por emprender la marcha,
y los cascabeles de sus colleras, violentamente sacudidos, comienzan a sonar;
pero con tal intensidad, que el cascabeleo rompe instantáneamente la telaraña
de mi sueño. También esta vez se trataba simplemente del agudo timbre de mi
despertador.»
«Tercer ejemplo: Veo a una criada pasar por un corredor hacia el comedor,
llevando una pila de varias docenas de platos. La columna de porcelana me
parece a punto de perder el equilibrio. 'Ten cuidado -advierto a la criada-;
vas a tirar todos los platos.' La criada me responde, como de costumbre, que
no me preocupe, pues ya sabe ella lo que se hace; pero su respuesta no me impide
seguirla con una mirada inquieta. En efecto, al llegar a la puerta del comedor
tropieza, y la frágil vajilla cae, rompiéndose en mil pedazos sobre el suelo y
produciendo un gran estrépito, que se sostiene hasta hacerme advertir que se
trata de un ruido persistente, distinto del que la porcelana ocasiona al romperse
y parecido más bien al de un timbre. Al despertar compruebo que es el ruido
del despertador.»
Estos tres interesantes sueños se nos muestran plenos de sentido y, al contrario
de lo que generalmente sucede, en extremo coherentes. Por tanto, no les pondremos
tacha alguna. Su rasgo común consiste en que la situación se resuelve
siempre por un ruido que el durmiente reconoce, al despertar, ser el ocasionado
por el timbre del despertador. Vemos, pues, cómo un sueño se produce, pero
aún observamos algo más. El sujeto no reconoce en su sueño el repique del
despertador -el cual para nada interviene, además, en el sueño-, sino que
reemplaza dicho ruido por otro e interpreta de un modo diferente cada vez la
excitación que interrumpe su reposo. ¿Por qué así? Es ésta una interrogación
para la que no hallamos respuesta por ahora; diríase que se trata de algo arbitrario.
Pero comprender el sueño sería precisamente poder explicar por qué
el sujeto escoge precisamente tal ruido y no tal otro para explicar la excitación
provocada por el despertador. Puédese igualmente objetar a los experimentos
de Maury que, si bien vemos manifestarse la excitación en el sueño, no llegamos
a explicarnos por qué se manifiesta en una forma determinada, que nada tiene
que ver con la naturaleza de la excitación. Además, en los sueños de Maury
aparecen enlazados con el efecto directo de la excitación numerosos efectos
secundarios, tales como las extravagantes aventuras del sueño provocado por
el agua de Colonia, aventuras que resultan imposibles de explicar.
Ahora bien: observad que es también en los sueños que acaban en el despertar
del sujeto en los que más fácilmente logramos establecer la influencia
de las excitaciones interruptoras del reposo. En la mayoría de los demás casos,
~ nuestra misión será harto más difícil.
No siempre nos despertamos después de
un sueño, y cuando por la mañana recordamos el suño de aquella noche, nos ha
de ser imposible volver a encontrar la excitación que quizá había actuado durante
el reposo. Por mi parte, sólo una vez, y merced a circunstancias particulares, he
conseguido comprobar a posteriori una excitación sonora de este género. En un
balneario del Tirol desperté una mañana con la convicción de haber soñado
que el Papa había muerto. Mientras intentaba explicarme este sueño me preguntó
mi mujer si había oído, al amanecer, un formidable repique de todas las iglesias
y capillas de los alrededores. No había oído nada, pues mi reposo es harto profundo;
pero estas palabras de mi mujer me permitieron comprender mi sueño.
Mas, ¿cuál es la frecuencia de estas excitaciones que inducen al durmiente a
soñar sin que más tarde le sea posible obtener la menor información con respecto
a ellas"! Nada podemos determinar a este respecto, pues cuando la excitación
no puede ser comprobada al despertar, resulta generalmente imposible hallar
indicio alguno que nos permita deducir su efectividad. Además, no tenemos por
qué detenernos en la discusión del valor de las excitaciones exteriores desde el
punto de vista de la perturbación que las mismas aportan al reposo, pues sabemos
que no pueden explicarnos sino solamente un pequeño fragmento del sueño y no
toda la reacción que lo constituye.
Sin embargo, no resulta esto razón suficiente para abandonar toda esta
teoría, susceptible, además, de un importante desarrollo. Poco importa, en
el fondo, la causa que perturba el reposo e incita al fenómeno onírico. Si esta
causa no es siempre una excitación sensorial procedente del exterior, puede
tratarse también de una excitación cenestésica procedente de los órganos internos.
Esta última hipótesis parece muy probable y responde a la concepción popular
sobre la génesis de los sueños. Así, habréis oído decir muchas veces que los
sueños provienen del estómago. Pero también en este caso puede suceder, desgraciadamente,
que una excitación cenestésica que ha actuado durante la noche
no deje por la mañana huella alguna y quede, por tanto, oculta a toda investigación.
No queremos, sin embargo, despreciar las excelentes y numerosas
experiencias que testimonian en favor de la conexión de los sueños con las
excitaciones internas. Constituye, en general, un hecho incontestable que el
estado de los órganos internos es susceptible de influir sobre los sueños. Las
reacciones que existen entre el contenido de determinados sueños y la acumulación
de orina en la vejiga o la excitación de los órganos genitales no pueden
dejar de reconocerse. Mas de estos casos evidentes se pasa a otros en los que
el contenido del sueño no nos autoriza sino a formular la hipótesis, más o menos
justificada, de que tales excitaciones cenestésicas hayan podido intervenir en
su génesis, pues sólo hallamos en dicho contenido algunos elementos que podemos
considerar como una elaboración, una representación o una interpretación
de excitaciones de dicho género. Scherner, que se ha ocupado mucho de los
sueños (1861), defendió particularmente esta motivación de los mismos por
excitaciones procedentes de los órganos internos, y ha citado en apoyo de su
tesis algunos bellos ejemplos. En uno de ellos ve «frente a frente, en actitud de
lucha, dos filas de bellos muchachos de cabellos rubios y pálido rostro, que al
poco tiempo se precipitan unos sobre otros, atacándose mutuamente, para
separarse luego de nuevo, volver a su posición primitiva y recomenzar otra vez
el combate. La primera interpretación que para este sueño hallamos es la de
que las dos hileras de muchachos son una representación simbólica de las dos filas de dientes, interpretación que queda confirmada por el hecho de que el
durmiente se ve poco después extrayéndose una larga muela de la mandíbula».
No menos plausible se nos muestra la explicación que atribuye a una irritación
intestinal un sueño en el que el autor vio «largos corredores sinuosos y estrechos».
Podemos, pues, admitir con Scherner que el sueño busca, ante todo, representar
el órgano que envía la excitación por objetos a él semejante.
Debemos, pues, hallarnos dispuestos a conceder que las excitaciones internas
son susceptibles de desempeñar, con respecto a los sueños, la misma misión que
las procedentes del exterior. Desgraciadamente, su valoración se encuentra
sujeta a las mismas objeciones. En un gran número de casos, la interpretación
de un sueño por una excitación interna es insegura o indemostrable, y sólo
ciertos sueños permiten sospechar la participación en su génesis de excitaciones
procedentes de un órgano interno. Por último, al igual de la excitación sensorial
externa, la excitación de un órgano interno no explica de! sueño más que aquello
que corresponde a la reacción directa al estímulo, y nos deja en la incertidumbre
en lo que respecta a la procedencia de los restantes elementos del sueño.
Observemos, sin embargo, una particularidad de la vida onírica que podemos
deducir del estudio de estas excitaciones. El sueño no reproduce fielmente el
estímulo, sino que lo elabora, lo designa por una alusión, lo incluye en un conjunto
determinado o lo reemplaza por algo distinto. Esta parte de la elaboración
del sueño tiene que atraer intensamente nuestro interés por ser la que más puede
aproximarnos al conocimiento del fenómeno onírico. Aquello que realizamos
estimulados por determinadas circunstancias puede muy bien rebasar los límites
de las mismas. El Macbeth, de Shakespeare, es una obra de circunstancias,
escrita con ocasión del advenimiento de un rey que fue el primero que reunió
sobre su cabeza las coronas de los tres países británicos. Pero esta circunstancia
histórica no agota, ni mucho menos, el contenido de la obra, ni explica su grandeza
y sus enigmas. Análogamente, puede ser que las excitaciones exteriores e
interiores que actúan sobre el durmiente no sirvan sino como instigadoras del
sueño, sin revelarnos nada de su esencia.
El segundo carácter común a todos los sueños, o sea su singularidad psíquica,
es, en primer lugar, harto difícil de comprender, y, además, no ofrece punto
de apoyo alguno para ulteriores investigaciones. La mayor parte de las veces
los sucesos de que el sueño se compone tienen forma visual, y las excitaciones
no nos dan una explicación de este hecho. Lo que en el sueño experimentamos,
¿es realmente la excitación? Y de ser así, ¿por qué el sueño es predominantemente
visual, cuando la excitación ocular no aparece como estímulo del sueño sino
en rarísimos casos? Y cuando soñamos con una conversación o un discurso,
¿puede acaso probarse que durante el reposo ha llegado a nuestros oídos un
diálogo o cualquier otro ruido semejante? He de permitirme rechazar enérgicamente
esta hipótesis.
Puesto que los caracteres comunes a todos los sueños no nos son de utilidad
ninguna para la explicación de los mismos, seremos quizá más afortunados
llamando en nuestro auxilio a las diferencias que los separan. Los sueños son
con frecuencia desatinados, embrollados y absurdos, pero también los hay
llenos de sentido, precisos y razonables. Intentaremos ver si estos últimos permiten
explicar los primeros. Con este objeto voy a comunicaros el último sueño
razonable que me ha sido relatado y que fue soñado por un joven: «Paseando por la calle Karntnerstrasse, me encuentro a F., al que acompaño algunos momentos.
Luego entro en el restaurante. Dos señoras y un caballero vienen a
sentarse a mi mesa. Al principio me contraría su presencia y no quiero mirarlos;
mas, por último, levanto los ojos y veo que son muy elegantes.» El sujeto de este
sueño manifiesta con relación al mismo que la tarde inmediatamente anterior
había pasado en realidad por la calle Karntnerstrasse y había encontrado a F.
La otra parte del sueño no constituye ya una reminiscencia directa, pero presenta
cierta analogía con un suceso del que el sujeto fue protagonista en una
época anterior. He aquí otro sueño de este género soñado por una señora: «Su
marido le pregunta si no hay que afinar el piano.» Ella responde: «Es inútil,
pues de todas maneras habrá que cambiar la piel.» Este sueño reproduce sin
grandes modificaciones una conversación que la señora ha tenido con su marido
en el día que precedió al sueño. Veamos ahora qué es lo que estos dos sueños,
un tanto sobrios, nos enseñan. Ante todo observamos que en ellos se nos muestran
reproducciones de sucesos de la vida diurna o elementos con ella enlazados.
Si pudiéramos decir otro tanto de todos los sueños, habríamos obtenido ya
un resultado harto apreciable. Pero no es éste el caso, y la conclusión que acabamos
de formular no se aplica sino a un pequeño número de sueños. En la mayor parte
de éstos no encontramos nada que tenga conexión con el estado de vigilia y
permanecemos siempre en la ignorancia de los factores determinantes de los
sueños absurdos y desatinados. Sabemos tan sólo que nos hallamos en presencia
de un nuevo problema. Queremos saber no solamente lo que un sueño significa,
sino también cuándo, como en los casos que acabamos de citar, posee una
precisa significación, por qué y con qué fin reproduce el sueño un suceso conocido
y acaecido recientemente.
Os hallaréis, sin duda, como yo me hallo, fatigados de proseguir nuestra
investigación por este camino. Vemos que todo el interés que consagramos
a un problema será inútil mientras ignoremos en qué dirección habremos de
buscar su solución, orientación de la que hasta ahora carecemos en nuestra
labor investigadora. La Psicología experimental no nos aporta sino algunos,
muy pocos, datos, aunque ciertamente preciosos, sobre el papel de las excitaciones
en la iniciación de los sueños.
De la Filosofía podemos solamente esperar
que nos muestre de nuevo desdeñosamente la insignificancia intelectual de
nuestro objeto, y tampoco podemos ni queremos tomar nada de las ciencias
ocultas. La Historia y la sabiduría de los pueblos nos dicen, en cambio, que el
sueño posee todo el sentido e importancia de una anticipación del porvenir,
cosa difícil de aceptar y de imposible demostración. Así, pues, nuestros primeros
esfuerzos han sido por completo baldíos y sólo han servido para colocarnos en
una situación de penosa perplejidad.
Mas, contra todo lo que pudiéramos esperar, hallamos un auxilio en algo
correspondiente a un sector que aún no habíamos examinado. El lenguaje,
que no debe nada a la casualidad, sino que constituye, por decirlo así, la cristalización
de los conocimientos acumulados; el lenguaje, decimos, que no debe,
sin ,embargo, ser utilizado sin precauciones, nos habla de «sueños diurnos»
(Tagtraeume), esto es, dc aquellos productos de la imaginación - fenómenos
muy generales- que se observan tanto en las personas sanas como en los enfermos
y que cada uno puede fácilmente estudiar en sí mismo. Lo más singular de estas
producciones imaginarias es el hecho de haber recibido el nombre de sueños diurnos, pues no presentan ninguno de los dos caracteres comunes a los sueños
propiamente dichos. Como lo indica su nombre, no tiene relación alguna con
el estado de reposo, y por lo que respecta al segundo de los caracteres comunes
señalados, observamos que en estas producciones imaginativas no se trata de
sucesos ni de alucinaciones, sino de representaciones, pues sabemos que fantaseamos
y no vemos nada, sino que lo pensamos.
Estos sueños diurnos aparecen
en la edad que precede a la pubertad -muchas veces ya en la segunda infancia-
y se conservan hasta la edad madura y en algunos casos hasta la más
avanzada vejez. El contenido de estas fantasías obedece a una motivación harto
transparente. Tratase de escenas y sucesos en los cuales el egoísmo, la ambición,
la necesidad de potencia o los deseos eróticos del soñador hallan satisfacción.
En los jóvenes dominan los sueños de ambición, y en las mujeres, que ponen toda
la suya en los éxitos amorosos, ocupan el primer lugar los sueños eróticos.
Pero, con la mayor frecuencia, se advierte también la necesidad erótica en el
segundo término de los sueños masculinos. Todos los éxitos y hechos heroicos
de estos soñadores no tienen por objeto sino conquistarles la admiración y los
favores de las mujeres.
Aparte de esto, los sueños diurnos son muy variados y sufren diversas suertes.
Muchos de ellos son abandonados y sustituidos al cabo de poco tiempo, mientras
que otros se conservan y desarrollan formando largas historias que van adaptándose
a las modificaciones de la vida del sujeto, marchando, por decirlo así,
con el tiempo, y recibiendo de él la marca que testimonia la influencia de cada
situación. Estos sueños diurnos son la materia bruta de la producción poética, pues sometiéndolos a determinadas transformaciones y abreviaciones,
y revistiéndolos con determinados ropajes, es como el poeta crea las situaciones
que incluye luego en sus novelas, sus cuentos o sus obras teatrales.
Pero es siempre el soñador en persona quien, directamente o por identificación
manifiesta con otro, es el héroe de sus sueños diurnos, los cuales deben,
quizá, su nombre al hecho de que, en lo que concierne a sus relaciones con la
realidad, no deben ser considerados como más reales que los sueños propiamente
dichos. Puede ser también que esta comunidad de nombre repose sobre
un carácter psíquico que no conocemos todavía. Por último, es también posible
que nos equivoquemos al atribuir tal importancia a esta comunidad de nombres.
Problemas son éstos que quizá más adelante podamos dilucidar.
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